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Nicaragua y Venezuela, la ruta hacia el fin de la democracia

Ambos países, aliados en la política, también se asemejan en los procesos que han seguido sus gobernantes para cooptar los poderes y perpetuarse.

  • Protestas en Nicaragua. FOTO REUTERS
    Protestas en Nicaragua. FOTO REUTERS
27 de diciembre de 2018
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Si las rupturas democráticas siguieran pasos establecidos, en Venezuela habrían sabido lo que les esperaba cuando Hugo Chávez ordenó a la Policía, durante un discurso público en 2009, que echara “gas del bueno” sobre los estudiantes que protestaban en las calles.

Si se supiera de antemano cuándo las amenazas han de cumplirse, Nicaragua habría temido mucho antes la crisis política que vive hoy cuando Rosario Murillo, vicepresidenta y esposa del mandatario Daniel Ortega, dio la pauta para responder a las protestas iniciadas en abril de este año contra el gobierno: “Vamos con todo”.

Desde la distancia que da la historia, son visibles los sucesivos cruces de línea que comete un gobierno que se torna dictatorial. Es el caso de Nicaragua y Venezuela, dos países que en principio no tendrían nada en común –el primero es el de mayor cantidad de recursos naturales en el continente y el segundo uno de los más pobres de la región– y que sin embargo han sido aliados en las últimas décadas y recorrido, casi paso a paso, el mismo camino hacia el fin de sus democracias.

Esos procesos, en el caso de Nicaragua, han sido clasificados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) en cuatro fases: la represión de las protestas, la persecución que generó una migración hacia Costa Rica, la criminalización de la protesta y ahora la persecución de las ONG, los medios y la propia Cidh.

El balance da la impresión de que en Nicaragua han estallado, en tan solo 8 meses, las crisis que en el caso de Venezuela se gestaron durante dos décadas. Pero hay otra opción: que solo cuando el charco de sangre dejado por Ortega fue demasiado evidente para ser ocultado, el mundo comenzó a fijarse en ese país centroamericano, a mirarlo en el espejo de Venezuela, y a preguntarse si hay una ruta definida para colapsar un país.

Venezuela

Un privilegio siempre tiene la contracara de una carga. En el caso de Venezuela, tener las mayores reservas de petróleo del planeta lo hace, potencialmente, uno de los países más ricos de la región, pero a la vez le niega la posibilidad de que sus asuntos internos se mantengan como tales.

Desde su llegada al poder en 1999, Hugo Chávez era un tema de debate público: un exmilitar y golpista fallido de izquierda que alcanzaba democráticamente la presidencia, con un discurso de ruptura con el pasado de élites.

Si ya era conocido, luego de sobreponerse a un intento de golpe de Estado en 2002 y en cuanto comenzó a perpetuarse a través de una estrategia de alianzas, a nivel interno y externo, que tenían como motor el dinero del petróleo, Chávez acaparó el panorma de las relaciones internacionales latinoamericanas.

Ganó hasta la última elección en la que participó en su vida, cuando ya moribundo aspiró a un cuarto mandato presencial en 2012. Esa doble condición de éxitos electorales y comportamientos dictatoriales, en la que coincide con Ortega, fue descrita por los politólogos estadounidenses Lucan Way y Steven Levitsky como “autoritarismo competitivo”; es decir, gobiernos que en teoría disputan comicios para mantenerse al mando, pero ante partidos de oposición debilitados o criminalizados.

Entre dos procesos tan similares, el de Venezuela destacó, no solo por su rol geopolítico, sino porque como señala Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, el chavismo no eligió pactar con los empresarios, sino reemplazarlos.

A partir de 2007, inició una campaña de expropiaciones a compañías como la generadora de electricidad estadounidense Séneca, la Compañía Nacional de Teléfonos, que se extendió por unos tres años y dejó en manos del Estado gran parte de la producción de riqueza.

Pero la bonanza no duró para siempre. La caída de los precios del petróleo en 2013 golpeó la economía de Venezuela justo en el momento en el que la muerte de Chávez ponía el mando de la revolución bolivariana en Nicolás Maduro. Sin su moneda de cambio natural, el crudo, el Producto Interno Bruto de Venezuela se despolomó de un crecimiento de 5,6 % en 2012 a un decrecimiento de esa misma dimensión en 2015.

Este año, la caída será de un 15 %. Como en un ciclo, Venezuela ronda el camino que ya siguió Nicaragua entre 1985 y 1990 durante el gobierno de Daniel Ortega: el de ostentar la crisis económica más prolongada del continente.

Nicaragua

Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua que hoy resiste con cierres de medios y policías a las protestas que piden su renuncia, sabe bien lo que significa perder el poder.

En 1990, cinco años después de iniciar su presidencia, a la que llegó como el héroe de la revolución sandinista, la segunda victoriosa en América Latina después de la cubana, fue derrotado por una coalición de partidos liderada por Violeta Barrios de Chamorro.

El exguerrillero pasó otros 17 años perdiendo elecciones, hasta 2007, cuando impulsado por el descrédito que la corrupción trajo sobre los gobiernos de sus sucesores volvió a la presidencia. Una vez allí, encontró en los empresarios, y en Venezuela, a sus mejores aliados.

Investigaciones del diario Confidencial han revelado cómo la cooperación venezolana, a través de las rentas petroleras, le permitió al gobierno adquirir medios de comunicación que consolidaron su proyecto.

Como explica una experta en política nicaragüense egresada de la Facultad Lationamericana de Ciencias Sociales (Flacso), cuya identidad pidió que sea reservada por razones de seguridad en su país, “el de Ortega fue un trabajo de socavamiento de la institucionalidad de 11 años, que incluyó cierres de medios desde el primer año de gobierno y tres fraudes electorales”.

El primero, según la experta, en las elecciones locales de 2008, otro en 2011 para conseguir la reelección y el último en 2016, evidenciado por el alto índice de abstencionismo. ¿Cómo es posible que estos hechos pasaran aparentemente desapercibidos para la comunidad internacional?

Una de las respuestas está en la relación con los empresarios entablada con Ortega, una suerte de “pacto con los grandes capitales”, según la experta de Flacso, que permitió que la economía del país no decayera.

Esta alianza se debilitó en 2016 y entró en picada este año, cuando el sector privado apoyó las protestas en contra del gobierno. Las consecuencias de este divorcio son elocuentes: el año pasado Nicaragua fue el segundo país de Centroamérica con mayor crecimiento; en 2018, en cambio, es el único cuyo Producto Interno Bruto decrecerá, en 4 %.

“Ortega lo vio venir, se dio cuenta que no era una movilización como las anteriores”, afirma la experta. Supo, porque ya lo había perdido, que su poder corría peligro y aplicó una máxima de los gobiernos dictatoriales: a menos recursos, mayor represión.

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