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Sobrevivir, nuevo drama para los sirios en Turquía

Los refugiados que huyen del conflicto en Medio Oriente se encuentran con dificultades para movilizarse, laborar y reiniciar sus vidas. El matrimonio prematuro se vuelve común.

  • Los refugiados sirios en Turquía, que superan los 2 millones, pasan por situaciones difíciles en este país, que les sirve de tránsito hacia Europa. FOTO ShutterStock
    Los refugiados sirios en Turquía, que superan los 2 millones, pasan por situaciones difíciles en este país, que les sirve de tránsito hacia Europa. FOTO ShutterStock
  • Sobrevivir, nuevo drama para los sirios en Turquía
15 de agosto de 2016
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2,7
millones de refugiados sirios se encuentran en Turquía, según la Acnur.

Por Martín Heredia

Colaboración especial

Los sirios que viven en los centros de refugiados turcos intentan reproducir el estilo de vida que llevaban en su patria, aunque cada familia trae consigo una historia: la pérdida de parte de sus miembros en la disputa, o la permanencia de otros en los campos de batalla.

En la mayoría de los campos, como el de Harran-Nizip, en la provincia de Gaziantep -una importante ciudad industrial del este de Turquía- familias de hasta ocho personas viven en tiendas de campaña o en containers. Nizidp alberga a 10.700 sirios árabes, en su mayoría de Alepo e Idlib - ciudades que fueron dirigidos por el Frente al-Nusra, afiliado hasta hace poco a Al-Qaeda.

La cotidianidad intenta conservarse con el comercio: comida fresca o enlatada, herramientas, enchufes, televisores, cableado, balanzas, refrigeradores, cocinas, ropa, baños, lavadoras, aire acondicionado, garrafas de gas, utensilios de cocina, productos de limpieza, jugos, kebabs, tabaco, camisetas, gorras, puestos para cambiar dinero y acceso a internet en cibercafés.

El crecimiento comercial en los campos de refugiados es imparable. Cientos de personas entran y salen cada día sacando provecho económico sin que la policía turca les diga nada, aunque son sitios donde está prohibido comprar o vender mercancía del exterior.

Mujeres y el peso del exilio

Entre los refugiados sirios en Turquía, la proporción de mujeres y niños se acerca al 75 %.

Mientras los hombres se quedan para luchar o proteger la propiedad que poseen en Siria, madres e hijos se convierten en vagabundos en campamentos atestados de plástico o cobertizos.

Así las cosas, son ellas las que sufren sus guerras solas, en silencio, en tierras extrañas. “Es un gran problema oculto”, dice Serhat Ünsal, un trabajador social de Apoyo a la Vida, organización de ayuda de Turquía.

“La vulnerabilidad de estas mujeres está transformando la sociedad”, recalca. El activista concluye: “las refugiadas de Siria están luchando para sobrevivir en un entorno desconocido y a veces muy hostil; es una cara de un doble trauma: el dolor de perder o ser separados de sus familias, junto con la angustia de vivir en el exilio solo”.

Los problemas relacionados con la violencia de género como consecuencia del endurecimiento de las estructuras patriarcales se reflejan en un aumento del acoso sexual, de la violencia y de las leyes discriminatorias.

La mayoría de las mujeres jóvenes refugiadas sirias aceptan casarse por un sentido de deber con padres, que a su vez están luchando para resolver financieramente las dificultades causadas por la guerra,

“En Siria nunca habrían permitido el sacrificio de sus hijas. Pero aquí... bueno, es muy difícil ser una mujer siria por aquí”, reveló en el campo de refugiados una joven de no más de 25 años, que prefirió no dar su nombre.

“Esto no es vida”

“Turquía es el lugar de encuentro de África, Asia y Europa. Es el centro del Medio Oriente. Es una puerta de entrada del mundo”. Con esa certeza inicia el diálogo Ahmet, un hombre de 50 años, muy delgado, pelo corto y barba rala oscura. Creció en Alepo, pero su familia viene originalmente de Amuda, una ciudad fronteriza en el noroeste de Siria, donde ellos pertenecen a una minoría kurda.

“Esto no es vida. No hacemos nada, no tenemos dinero, no hay lugar para ir y no sabemos lo que pasará mañana o cuando todo esto haya terminado”, explica cuando se le interroga sobre qué significa vivir como refugiado.

“La vida en los centros es muy difícil, no es como una casa. Si tuviéramos una casa podríamos abrir las ventanas e incluso, si hace calor, podemos tener viento”, continúa el hombre, para quien el verano en Turquía ha sido agobiante, aumentando el riesgo de que haya conflictos entre los refugiados.

Desde Turquía trató de escapar e ir a Bulgaria, país al que llama “la entrada de Europa”, y donde, dice con mirada cansada, que caminó por 10 horas en pleno invierno junto a otros 20 sirios.

“Hacía mucho frío y no teníamos suficiente comida o ropa. Cruzamos un río cerca de la frontera y un niño de 14 años que estaba en nuestro grupo murió a causa del agotamiento. Llegamos a la frontera y la policía búlgara se negó a dejarnos entrar. Volví aquí. ¿Tenía otra opción?”, se pregunta.

Ahmet vive a sabiendas de que no hay otro lugar al que pueda ir. Él trabajaba en una tienda de café en Nizip, pero cuando terminó el Ramadán se quedó desempleado.

En este paisaje extraño que ya tendría que haber desaparecido, se mueve este hombre, en una calle con piso de tierra donde se fueron instalando puestos y pequeños negocios surtidos por los comerciantes de fuera del campamento, y donde abundan vestidos de novia, animales y mascotas, electrodomésticos, cosméticos, pizzerías y falafel.

Doble amenaza

La comunidad de refugiados coincide en que el simple hecho de ser kurdo significa una condena a muerte a manos de los yihadistas.

“Seamos musulmanes, cristianos, o lo que sea, para ellos todos somos infieles”, dice un refugiado. “Antes vivíamos en paz en Kobani, pero los del Isis (Estado Islámico) matan a todos; ellos no tienen religión ni humanidad”, insiste otro.

Las personas que deambulan por el campo comienzan a asumir una posición: “Nosotros somos pobres, no estamos metidos en política, no queremos ni al Isis, ni al PKK (la guerrilla kurda de Turquía) ni al YPG (las milicias kurdas sirias) ni a nadie. Pero aun así vienen a matarnos”, se queja eufóricamente un joven, que en Siria estudiaba literatura inglesa en la universidad.

El joven no quiso decir su nombre, abandonó su tierra, sus estudios y parte de su familia para desertar del ejército. Ahora sin dinero, empezó una nueva vida vendiendo cigarrillos en las calles. Durante el Ramadán trabajó hasta las 3 de la mañana, en su prudencia y discreción logra mantener la dignidad, soñando con un futuro mejor donde pueda terminar su carrera universitaria para dedicarse a la docencia.

Según Berat Kıraç, asistente del director del campo de Nizip, “dado al creciente número de refugiados desesperados que llegan a la frontera en busca de seguridad, es esencial que la comunidad internacional tome ya medidas para mejorar su apoyo a Turquía y a otros países vecinos de Siria, a fin de evitar más sufrimiento”, resalta el funcionario.

Sirio-palestinos en Turquía

Los refugiados palestinos se encuentran atrapados entre las facciones en guerra en el Medio Oriente, y el mundo está reaccionando lentamente a su difícil situación.

Los que llegan a Siria sufren de una doble crisis: la guerra civil en ese país, que los lleva a desplazarse hacia Turquía, y sus familiares en Gaza que están bajo ataque del ejército de Israel.

Ibrahim es oriundo de una larga línea de palestinos desplazados, ahora en Turquía. Su familia es de Nablus. Algunos de sus tíos se establecieron en Europa, mientras que sus padres se refugiaron hace décadas en Siria. “Nací en Yarmouk. Allí está mi hogar”, dice el hombre con pelo rizado que cubre su frente sudorosa.

Sus ojos se pierden hasta que lanza una mirada al plato de aceitunas puestas en el suelo para el almuerzo, y dice, apretando sus manos y gesticulando de forma vehemente: “cuando sea seguro voy a volver a Yarmouk, y si mi casa fue destruida, voy a reconstruirla piedra a piedra con mis propias manos”.

Yarmouk fue el campamento principal establecido en Siria para los palestinos que huyeron de la guerra de 1948 en torno a la creación del Estado de Israel. Antes de la guerra civil siria, que ya completa su quinto año, era un barrio en expansión, urbanizado, que fue el hogar de decenas de miles de palestinos y sirios. Solo el 10 % de los habitantes del campamento aún permanecen allí.

“Hasta 2012 yo vivía cerca de Yarmouk. Mis familiares, mis amigos, toda la gente que conocía, vivían en Yarmouk. Gente de todo Damasco solían venir allí para hacer sus compras. Todo estaba disponible en el campamento. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que Yarmouk era como el cielo entonces”, afirma bajando su tono de voz.

Este hombre medita y reflexiona, pero no logra comprender su suerte ni la de los 160 mil refugiados palestinos que están atrapados en el medio del conflicto sirio, -la mayor concentración del mundo de los refugiados palestinos fuera de Cisjordania y Gaza-.

“¿Por qué los palestinos tienen que pasar toda su vida por esto? Donde quiera que vayamos, nos enfrentamos a tantos obstáculos. Tengo parientes en Gaza y en Cisjordania; todos somos una sola familia, que sentimos el uno al otro, nos apoyamos mutuamente a pesar de las distancias, pero no entiendo, porqué tanto dolor”.

A Ibrahim le gustaría regresar a Siria cuando cese la guerra. “En mi opinión, cuando la situación de Siria mejore, nuestra situación mejorará también. Nuestro futuro está allí. Queremos un futuro mejor para nuestros hijos. Yo quiero a Siria y a Palestina”, concluye.

Los palestinos pagan un doble precio por una guerra. En Turquía, tienen problemas burocráticos a la hora de recibir ayuda humanitaria y hace unos meses los refugiados sirio-palestinos se manifestaron para exigir ser tratados como el resto de los de Siria. Se registraron incluso regresos a Gaza, en un ejemplo de la falta de perspectivas y la desesperación de la comunidad palestina.

*Nombre cambiado a petición de la entrevistada.

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