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Venecia y el llamado de auxilio por el patrimonio

La decisión de la ciudad italiana de prohibir grandes cruceros llama a pensar sobre el turismo de masas.

  • Luego de tres décadas de debate, las autoridades italianas prohibieron el ingreso de cruceros, la mayoría de estos de entre 50.000 y 90.000, para detener los estragos causados. FOTO Getty
    Luego de tres décadas de debate, las autoridades italianas prohibieron el ingreso de cruceros, la mayoría de estos de entre 50.000 y 90.000, para detener los estragos causados. FOTO Getty
17 de mayo de 2021
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Hace más de 1.500 años Venecia existe a pesar de la lógica. Asentada sobre un reguero de 118 islas interconectadas por puentes y canales, la ciudad “contra natura”, como la calificó el escritor y político francés, Chateaubriand, vive el asedio del tiempo y del agua. Como en un estanque en el que se deja caer una moneda, las olas se levantan de tanto en tanto sumergiendo cada vez y un poco más al milagro veneciano. Las monedas, en este caso, son cruceros de más 50.000 y hasta 90.000 toneladas.

La imagen podría asemejar a un elefante en un pesebre. Los enormes cruceros navegan en canales y entre calles que más se parecen a un cuadro del siglo IX. La histórica plaza central, construida, como el resto de la ciudad, sobre millones de pilotes de madera enterrados en el barro, alberga la basílica de San Marcos y el Palacio Ducal, dos de los edificios más valiosos históricamente de toda Europa, repite Miguel Ángel Cajigal, historiador de arte español. Los cimientos se tambaleaban al paso del turismo masivo, antes de que el mundo entrara en pausa por la pandemia.

El regreso a la “normalidad” no será, se proponen los poco más de 50.000 habitantes “nativos” que quedan en Venecia, una vuelta al tiempo en el que el casco histórico de la ciudad era el parque de diversiones del mundo, ese que podía pagarlo. Las autoridades italianas han dispuesto, tras décadas de ruego, que las grandes naves no podrán entrar a la Laguna de Venecia y tendrán que atracar, por ahora y hasta que se construya una terminal portuaria, en Marghera, una localidad al norte de la ciudad y en tierra firme. El turismo patrimonial y cultural, no solo aquí, tendrá que ser otro o tiene la posibilidad de no ser nunca más.

Turismo y patrimonio

“La relación entre el turismo y el patrimonio es larga, histórica y casi simbiótica”, explica David Cohen, restaurador y magíster en patrimonio cultural de la Universidad de los Andes. “El interés por el pasado, por los objetos y lugares que lo representan, es también un interés por visitarlos. Ya desde el siglo XVIII existía en Europa eso que se llamó el Gran Tour”. En analogía al héroe griego Ulises, los jóvenes terminaban su educación en un viaje de ida y regreso por un pasado común a todos ellos.

Se trató, visto en perspectiva, del antecesor del turismo moderno. Ana María Suárez Huerta, doctora en Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, escribe que el principal objetivo del periplo era “ayudar a entender a estos jóvenes las realidades políticas, sociales y económicas del mundo para aumentar así su campo de visión y adquirir un bagaje cultural fundamental para su desarrollo personal y profesional; en definitiva, madurar y convertirse en adultos que habían recibido una exquisita formación”.

El viaje, el turismo patrimonial y entonces el pasado, eran vistos como un camino hacia el conocimiento. El mundo era un lugar menos habitado. Las posibilidad de que solo en un año llegaran a una ciudad 26 millones de turistas, como sucedía en Venecia antes de la pandemia, no cabía en la cabeza de ninguno de los aristócratas muchachos. “Esa relación entre turismo y patrimonio no siempre ha sido positiva”, señala Cohen, “y si no lo ha sido en Europa, mucho menos en otros lugares como Asia, África o América”.

Los males

Por calles empedradas y entre caserones del siglo XVI sobrevive en Pelourinho la historia de la Portugal colonial en América. Un conjunto de manzanas integran el Centro Histórico de la antigua ciudad de Salvador da Bahia (Brasil), un barrio que, según la Unesco, es la más importante colección de arquitectura colonial barroca de las Américas.

En 1985 Pelourinho fue declarada patrimonio cultural de la humanidad y a partir de 1986 fue sujeto de varios procesos de renovación urbana y restauración que intentaron protegerla del tiempo a costa, incluso, de su propio espíritu.

En 1992 inició, por ejemplo, una etapa de la recuperación del centro histórico que se propuso restaurar las fachadas y techos de las manzanas entre las dos plazas más importantes del barrio, el Pelourinho y el Terreiro de Jesús. Según reseña en un estudio de 2004 el profesor de la Universidad de Salvador Bahia y especialista en patrimonio, Paulo Ormindo de Azevedo, el plan fue crear un shopping center a cielo abierto transformando “los interiores en equipamientos turísticos y comercios”.

“En el caso del Pelourinho significó echar a los pobladores, casi en su totalidad inquilinos pobres, a quienes se les pagó pequeñas indemnizaciones para luego transformar sus locales en tiendas de servicios. El traslado de estos pobladores se hizo hacia barrios vecinos o periféricos”, explica de Azevedo. Es un fenómeno que se llama “gentrificación” y que define el desplazamiento de una población local por otra foránea con mejores condiciones económicas y/o culturales, “algo que se ve en muchos centros y ciudades históricas”, detalla Cohen. Pasó también en Venecia, donde en 1951 vivían alrededor de 175.000 habitantes, y hoy solo permanecen 55.000. “Esto despoja a esos lugares de su singularidad y unicidad”.

La importancia de la conservación del patrimonio material consiste también en la protección de todo lo asociado a él. “La iglesia puede ser importante, pero si uno tiene la iglesia sin feligreses... pues ya se puede convertir en una librería o en otra cosa”, ejemplifica Lina Beltrán, arquitecta y restauradora con más de 20 años de experiencia. “En el turismo masivo y descontrolado se tiende a unificar muchos sitios y poner en peligro los valores que supuestamente queremos preservar”. La misma Unesco ha llamado la atención sobre el tema.

En el artículo 2 de la Carta de Burra (una ciudad en Australia), el Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) define que una de las metas de la conservación es “mantener el valor cultural de un lugar”, incluyendo medidas para su seguridad, mantenimiento y futuro. Evitar que los lugares de patrimonio se vuelvan escenarios de entretenimiento creados y destinados al turista, algo que se ha llamado “disneyficación”: “la idea de imaginar y escenificar los espacios sólo por captar y atraer más turistas”, define la restauradora de la Universidad de Antioquia, Evelyn Patiño. Aún cuando las fachadas están perfectas, agrega Cohen, “un lugar pierde su sentido simbólico si pierde a su gente”.

No son pocos los ejemplos de gentrificación. En noviembre de 2019 decenas de personas protestaron en Barcelona, España, contra los aumentos del precio de sus viviendas y el intento de grandes agencias de comprarlas para convertirlas en hoteles o residencias de paso. El grito de “no está en venta” se repitió allí como se escuchó en Berlín, donde varias pancartas rezaban “Berlin doesn’t love you” (Berlín no te quiere) o “Tourists, Raus” (Turistas, fuera).

“No se trata, por supuesto, de satanizar el turismo”, aclara Beltrán, “es importante porque divulga los sitios patrimoniales, pero hay que tener cuidado de no volcar toda una economía, y la preservación de un patrimonio, a ese renglón. Hay que preguntarnos cuál es la capacidad de los sitios para acoger a las personas y qué clase de turismo queremos motivar. No mandar masivamente la gente a estos sitios. Que la lista de patrimonio no se convierta solo en los 10 lugares a visitar antes de los 30 años o de morirse ”.

Opciones

Al peso del turismo de masas ha también claudicado, si se quiere, la autenticidad. Cuesta entender la delicadeza en la fortaleza del patrimonio. ¿Cómo puede algo que ha sobrevivido mil años y más, derribarse ante un suspiro?

Las cuevas de Altamira en España son, según la analogía más común del mundo arqueológico, la “Capilla Sixtina” del arte rupestre. “Redescubiertas” en 1868, las pinturas dibujadas por unos humanos hace más de 22.000 años se borran ahora al mínimo aliento. “La gente fue masivamente y el carbono que produjo su respiración empezó a oxidar la pintura y la deterioró”, explica Beltran, “la solución fue, entonces, crear una copia”.

Cerca del sitio, el Museo de Altamira construyó una “Neocueva” que replica minuciosamente la cueva original y que permanece abierta al público como no puede hacerlo la primera. “El mundo de hoy y los avances en la tecnología nos permiten disponer de muchas opciones para divulgar el patrimonio sin afectarlo”, señala Beltrán. Esta es una práctica cada vez más usual en sitios con especial riesgo.

En Egipto comenzó en 2016 la digitalización de la tumba del faraón Seti I en el Valle de los Reyes. Lo mismo sucedió con la de Tutankamón, ambos procesos con el propósito de construir réplicas a dónde llevar a los millones de turistas que las visitan. El ánimo, tal cual lo tenían los aristócratas jóvenes del siglo XVIII, de encontrarse cara a cara con ese pasado común a toda la humanidad no se ha reducido. La réplica de Venecia, sin embargo, parece imposible de imaginar.

Recientemente, la ciudad de las islas y Florencia se unieron para pedir un “turismo de calidad” tras la pandemia. Uno que permita que los lugares de patrimonio no sean solo repositorios de los deseos de los turistas que llegan y se van, y sí el hogar que fueron durante miles de años para una población que estaba allí antes que el mundo llegara.

26
millones de turistas llegaban anualmente a Venecia antes de la pandemia.
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