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En la oscuridad fue sepultada Andreina Ramirez, muerta en operación contra Pérez

  • FOTO ROSALINDA HERNÁNDEZ
    FOTO ROSALINDA HERNÁNDEZ
22 de enero de 2018
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La madre de Lisbeth Andreina Ramírez Mantilla, relató a EL COLOMBIANO que la vida de su hija siempre estuvo signada por contratiempos, “ella siempre fue muy sufrida”, dijo entre llanto la colombiana Faride Mantilla.

El sufrimiento marcó a la joven que los venezolanos llaman ahora “heroína de la patria” hasta su sepultura el pasado sábado 20 de agosto a las 10 de la noche (hora local de Venezuela) en el cementerio jardines de la Consolación, ubicado al sur del fronterizo estado Táchira.

Ocho horas de espera e incertidumbre antecedieron al último adiós que familiares, amigos, sociedad civil y el movimiento estudiantil venezolano, habían preparada a quien cayó abatida durante la operación en contra de Oscar Pérez el pasado 15 de enero en El Junquito-Caracas.

Desde tempranas horas de la tarde la familia de la infortunada mujer se apersonó en el cementerio metropolitano El Mirador, donde a medida que transcurría la tarde fue sumándose gran cantidad de personas conmovidas y solidarias con el drama que viven los Ramírez Mantilla.

Al final de la tarde los rumores de que no sería llevada a ese campo santo (Jardines de El Mirador) fueron creciendo y los presentes en medio de la incertidumbre y el hermetismo de los cuerpos de seguridad que la trasladaron en un avión militar desde Caracas hasta el Táchira, se preparaban para ir veloces al lugar que fuera anunciado.

No fue sino hasta las ocho de la noche que llegó la noticia: “no la van a traer para acá, ya están en el cementerio de La Consolación”, la información revelada por un familiar de Lisbeth Andreina, puso a correr a los presentes quienes en minutos organizaron una caravana de no menos de 80 vehículos que entre cornetazos y luces intermitentes emprendieron marcha al lugar indicado.

Cordón policial

Unos 15 kilómetros de distancia separaban a un campo santo del otro, sin embargo el tiempo se hizo corto y el tráfico fluyó hasta la entrada de los jardines de La Consolación donde un piquete de funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) con equipos antimotines, pretendieron cerrar el paso a la caravana y dejar abierto solo el ingreso a la familia.

El ambiente se encendió y entre intercambio de palabras, la presión de la sociedad civil y la mediación de los parientes de la joven abatida, se logró ingresar al cementerio en donde ya estaba el cuerpo inerte de Andreina, en la mitad de la sala velatorio.

En una ataúd negro, completamente impenetrable y solo con la parte superior abierta, se encontraba Lisbeth Andreina Ramírez Mantilla, metida dentro de una bolsa para difuntos, también sellada casi en su totalidad, solo se permitió mostrar un ojo y algo de la frente de la venezolana marcada con una etiqueta que rezaba: “causa 124-01-18”, que colgaba de una de las manillas de la urna.

Los gritos desgarradores de sus familiares no se hicieron esperar al verla dentro del féretro, la pregunta era repetitiva “¿por qué no la quitaron...asesinos?”.

La sobrina de Andreina buscaba inútilmente la manera de abrir la urna, con llanto incontenible avisaba a sus parientes “no la podemos abrir, no podemos vestirla, se quedará así”. Y es que desde el día anterior habían comprado un bonito atuendo para enterrar a la joven, propósito que no se concretó.

En medio de canticos y plegarias de un grupo de cristianos, irrumpió en el lugar un oficial de la Guardia Nacional vestido de civil para avisar que ya debería ser enterrada, los gritos y reproches de quienes se encontraban en la sala velatorio sacaban las lágrimas a cualquiera.

Ellos no querían fotos en ese lugar, ni las permitieron, solo clamaban justicia y castigo a los responsables de haberle arrebatado la vida a una inocente.

Solo la luz de los celulares

En completa oscuridad fue llevado en hombros el ataúd con los restos mortales Ramírez Mantilla a su última morada no sin antes poner sobre él una bandera nacional y un ramo de flores.

Solo las luces de los celulares de quienes acompañaban iluminaban la fría noche. A lo lejos ya se divisaba el toldo blanco que indicaba el lugar de la fosa.

Por una escarbada y enlodada ruta, escalaron los familiares y amigos de la mujer abatida por las fuerzas de seguridad de Venezuela. Con llanto y entonando el “Gloria al Bravo Pueblo”, llegaron a lugar en donde le darían su último adiós.

Fue preciso pedir el apoyo para alumbrar la zona porque aunque el cielo estaba repleto de estrellas, no iluminaban la dramática escena.

La impotencia y el dolor se adueñaron de los presentes e iniciada la ceremonia de sepultura el llanto aumentó y los gritos de: “la acribilló la dictadura”, “va a caer, este gobierno va a caer” y “queremos libertad”, rompieron el silencio de la oscura noche.

Altos funcionarios de seguridad del Estado venezolano, con indumentaria de civil estuvieron vigilantes del entierro de Lisbeth Andreina, hasta el último momento de ser sepultada, acción que no frenó a los presentes para prometer frente a su tumba que buscarán la justicia y que su muerte ni la de los demás abatidos en la misma acción no quedarán impunes.

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