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Colegio de Niquitao, en Medellín, está sitiado por 300 embera que no son atendidos

Problema de convivencia en inquilinatos de Niquitao obligó a los indígenas a “acampar” frente al Héctor Abad Gómez. 100 de los 360 estudiantes dejarón de ir a la institución. La Alcaldía no ha dado respuestas.

  • Desde inicios de abril los miembros de la comunidad embera han usado el ingreso y los muros del colegio Héctor Abad Gómez como su hogar, luego de salir de los inquilinatos. FOTOS Camilo Suárez
    Desde inicios de abril los miembros de la comunidad embera han usado el ingreso y los muros del colegio Héctor Abad Gómez como su hogar, luego de salir de los inquilinatos. FOTOS Camilo Suárez
  • Colegio de Niquitao, en Medellín, está sitiado por 300 embera que no son atendidos
23 de abril de 2023
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Desde la terraza del colegio Héctor Abad Gómez en el barrio Niquitao, un empleado toma un poco de aire para continuar su jornada mientras la excelente vista deja ver la cercanía de la Alcaldía de Medellín. Sin embargo, la panorámica es interrumpida por una espesa nube de humo.

El hombre mira hacia abajo y ve cómo las mujeres de la comunidad embera katío –la misma que intentó tomarse la Alcaldía el pasado 24 de febrero y que se espera retorne a su territorio a finales de mayo– cocinan en sus fogones de leña unos cuantos plátanos para saciar el hambre de los cerca de 300 miembros de esta etnia que desde finales de abril acampan –sin recibir ningún apoyo– entre la entrada y los muros exteriores del colegio. “Tan cerquita, pero tan lejos”, se lamenta el hombre.

Desde hace casi 20 días, tras un lío que una familia embera tuvo con los administradores de un inquilinato, cerca de 190 adultos y 70 niños de esta etnia provenientes del Alto Andágueda, en el Chocó, decidieron abandonar esos espacios –dicen sentirse discriminados– y comenzaron a pernoctar en los alrededores del colegio mientras llega el día de volver a su tierra.

Por ello, se ha vuelto común ver en las aceras del Héctor Abad hileras de plásticos que simulan ser carpas; colchonetas sucias y enrolladas entre las paredes; ropa extendida entre árboles y señales de tránsito; una fila de fogones humeantes; perros y gallinas desnutridas mandándose a la boca cuanta cosa ven; y niños, muchos niños, sucios y descalzos gritando en su lengua mientras corren y juegan con algún palo. También muchas veces se les escucha llorar de hambre y de frío.

El día que EL COLOMBIANO estuvo en la zona no había nadie de la administración atendiendo esta nueva crisis que involucra a los indígenas. Solo unas barrenderas de Emvarias representaban la “institucionalidad” en tamaña situación.

“Estamos sufriendo mucho y más cuando cae agua, porque se entra por debajo de los plásticos. La gente cree que estamos viviendo bien, pero sufrimos. De la Alcaldía vienen a ‘sumarnos’ y a decir muchas cosas, que nos van a apoyar para retornar, pero nada”, indicó Calixto Tunaín Ambyama, uno de los afectados.

Igual opinó Elkin Bitucay Sintuá, líder de los indígenas: “Los niños se ‘ponen’ a llorar. A veces le traen mercado a un compañero y lo compartimos entre todos. Con eso comemos así sea de a una ‘cucharaíta’ para cada uno mientras esperamos el día de volver”.

Un colegio sitiado

Dentro del colegio todo está ordenado y limpio gracias al esfuerzo de las aseadoras y la comunidad educativa. Solo el maloliente humo y el desesperante llanto de un bebé embera se cuelan al interior.

El trabajador del colegio indicó que desde el lunes 10 de abril encontraron a los emberas en los alrededores y desde ahí las directivas escolares quedaron en medio de una situación que les supera, pues al drama de los indígenas ahora hay que sumar los reclamos de los padres de los estudiantes, quienes entienden la situación, pero –ante los riesgos de enfermedades que puede traer la población desplazada– han decidido, muy a su pesar, dejar de mandar a los niños al único espacio de la zona donde pueden ser niños. Hoy más de 100 de los 360 estudiantes han dejado de ir a la Héctor Abad, y los que acuden reciben tres horas menos de clase.

“Yo que soy migrante entiendo la situación, porque ellos son seres humanos. Pero esto no es apropiado para la educación de los niños porque los olores, el desorden y el humo no ayudan al aprendizaje. También me preocupa que acá están ingresando a los baños los adultos embera y también los niños que muchas veces están enfermos. Pero lo que me parece una falta de respeto es que de la Alcaldía apenas están viniendo a mirar cómo los atienden”, agregó una madre venezolana mientras llevaba sus niños a clase.

“Ya no hay recursos”

EL COLOMBIANO supo que el viernes 14 de abril hubo una reunión en la Gerencia de Etnias convocada por la mesa ampliada de Niquitao y la Procuraduría para ver cómo se atendía la situación.

“Los Embera pidieron que los reubicaran a todos juntos para evitar desperdigarlos en inquilinatos y acelerar el retorno. Pero la Unidad de Víctimas y la Alcaldía dijeron que ya no podían garantizar un albergue, porque no hay condiciones ni recursos. Lo único que se podía ofrecer era volver al inquilinato de donde habían salido. Entonces, no hubo acuerdo y la comunidad siguió acá sin apoyo”, apuntó un testigo de la reunión.

Ante la negativa y la falta de acompañamiento, el colegio reactivó su campaña “Somos abadistas, somos solidarios” para brindar alguna ayuda a los desplazados, pese a las carencias que tiene la comunidad de Niquitao.

“En el momento les estamos facilitando el acceso al agua y a los baños porque sino van a empezar a hacer sus necesidades en las zonas verdes y eso va a ser peor. Pero de resto... ¿La Alcaldía cómo nos va a dejar así? Acá puede ocurrir alguna situación grave porque hay cerca de 90 niños. Un bebé de un mes se enfermó tanto que está internado en una UCI y nos cuentan que otro tenía tuberculosis. ¿Nos van a tener así todo un mes?”, se lamentó el empleado.

Este diario consultó a la Alcaldía de Medellín sobre este grave asunto; sin embargo, desde allí compartieron como respuesta un comunicado emitido el pasado 11 de abril en el que la municipalidad se comprometía acompañar a 800 indígenas en su retorno. Sobre la nueva situación indicaron que cuando tuvieran respuestas las compartirían.

Mientras tanto, los niños que todavía van al colegio Héctor Abad observan al ingreso al colegio cómo las mujeres embera y sus pequeños desarrapados aprovechan el chorro de una manguera de agua para lavar la ropa, a la vez que esperan que el poco alimento se cocine entre el humo acre. Y los hombres indígenas –con la ropa más limpia y un semblante no tan lúgubre– revisan su celulares y discuten si vuelven a la mendicidad y a los “bailes” para conseguir recursos.

Al fondo, el llanto del bebé se antepone incluso al ruido de las busetas que pasan por Niquitao.

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