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En julio de 2014, hinchas del Deportivo Independiente Medellín quemaron un bus con aficionados del Atlético Nacional adentro. Murió un muchacho y otros diez quedaron heridos —siete personas resultaron lesionadas, con fracturas y quemaduras de segundo y tercer grado—. No sucedía algo de tal sevicia hasta la madrugada del pasado domingo 30 de abril, cuando comenzaron a circular por los chats de los barristas, y luego en redes sociales, unos videos que mostraban a dos hinchas tirados en la calle, uno de ellos muerto y desnudo, después de una riña que involucró a unas 300 personas.
En el hecho perdieron la vida Anderson Steven Jaramillo Cañaveral, de 34 años, hincha de Medellín, y Alejandro Gallego Torres, de 25 años, hincha de Nacional. Un tercer herido grave, hincha de Medellín, Heri Córdoba Salazar, falleció en los días posteriores. El alcalde Daniel Quintero anunció que habían identificado, por medio de cámaras, a 14 posibles responsables y ofreció una recompensa de 200 millones de pesos para capturarlos. A la fecha, dos semanas después, la Fiscalía no ha anunciado ninguna captura.
Para evitar estas grescas, existe la Mesa de Seguridad y Convivencia en el Fútbol local en la que se acuerdan las disposiciones logísticas que se han ido convirtiendo en una suerte de protocolo de manejo de los clásicos, el punto de máxima tensión y más proclive a enfrentamientos e incidentes trágicos. Es ya costumbre que la hinchada del equipo perdedor desaloja primero el estadio. Los integrantes de la Rexixtenxia usan la calle Colombia y la canalización del metro hacia la estación Floresta y Los Del Sur la carrera 70 y la estación Estadio. La zona de celebración de los rojos se concentra en los alrededores del Centro Comercial Obelisco y los verdes se congregan en La 70. Fronteras visibles y bien conocidas por todos ellos. Pero, ¿algo está fallando?
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Los líderes de ambas barras que hablaron para este texto, y que pidieron no ser identificados, afirman que estaban en sus casas cuando empezaron a recibir mensajes de chat en la madrugada con el aviso desesperado de que algo grave había ocurrido “por La 70”. En la mañana de ese domingo empezaron a recoger testimonios de sus seguidores para reconstruir los hechos, aclarar responsabilidades y validar las distintas versiones.
Más tarde se hizo público un audio en el que se afirma que un líder de la Rexixtenxia, de nombre Sebastián Rondón Ochoa, conocido como “el Sucio”, tuvo que ver en una provocación a hinchas de Nacional en el sector aledaño al costado suroccidental del Obelisco.
Los líderes de la Rexixtenxia no dan crédito al audio y el propio Rondón dice que no se encontraba en el lugar y que el audio es inventado. “Un chisme que me tiene en problemas”, afirma. Rondón es diseñador gráfico, ha sido contratista de entidades públicas y lidera la corporación Aguante y Carnaval. Su último contrato de prestación de servicios lo tuvo con la Personería municipal.
Asiste a la mesa de seguridad y convivencia en el fútbol, en representación de su barra, tiene relación con los directivos del equipo y es una cara visible ante las entidades oficiales relacionadas con el espectáculo. El día del clásico estuvo en directo en el canal Telemedellín hablando sobre el ambiente previo al partido y luego del encuentro participó en la logística del repliegue de la barra con sus trapos e instrumentos. No es un desconocido.
Entre las versiones de lo sucedido se dice que los hinchas de Nacional, ganadores del clásico del sábado, que terminó con marcador 3 a 1, estaban en su lugar de celebración en la carrera 70 cerca a la estación Estadio. Alrededor de las dos de la madrugada, integrantes de Los Del Sur recibieron llamadas telefónicas que les avisaban que un grupo de la Rexixtenxia bajaba por la canalización con la intención de atacarlos.
Armados con cuchillos y machetes, como se ha vuelto común en este tipo de enfrentamientos, y al grito de “se nos metieron”, salieron a su encuentro en la canalización. Y se armó una gresca brutal e inhumana, que dejó un reporte inicial de dos muertos y catorce heridos, uno de ellos de gravedad que fue trasladado a un hospital e ingresado a una Unidad de Cuidados Intensivos.
Otras versiones hablan de un grupo de hinchas de Nacional que estaba a la altura del puente de la 73 sobre la quebrada La Hueso, a quienes la policía intentó hacer bajar hacia la 70. Un grupo del Medellín, que se encontraba en el Obelisco, bajó a su encuentro y se armó la trifulca a la altura del puente mencionado. El Esmad intervino cuando los cuerpos de los fallecidos yacían sobre el pavimento.
Los videos que circularon, de pocos segundos de duración, indignaron por su crudeza y por la humillación que evidencian contra dos cuerpos de hinchas que fueron despojados de sus camisetas y arrastrados por el piso. El cuerpo sin vida de Anderson Jaramillo, conocido en la barra como “Hormiga”, fue además expuesto desnudo.
El cuerpo de Alejandro Gallego, hincha de Nacional, a quien sus amigos le decían “Zombie”, no aparece en los videos, pero de acuerdo con el testimonio de su padre, William Gallego, fue agredido repetidamente con cuchillos y machete. En un texto publicado en redes sociales, William contó que llevó a su hijo por primera vez a un clásico cuando tenía 5 años. “Ese día creo que a mi hijo lo marcó esa fiesta futbolera, esa misma fiesta que se degradó a ser un lugar de violencia y muerte por defender unos asquerosos trapos... trapos de ignorancia, trapos manchados en sangre y dolor, trapos de vergüenza y de incultura de una sociedad podrida”.
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Hace casi ochenta años ocurrió el que puede ser el primer incidente con muertos relacionado con un partido de fútbol en Medellín. Habían pasado poco más de tres décadas desde la llegada del juego a la ciudad y faltaban todavía unos años para que se jugara el primer partido profesional, que tuvo lugar un 15 de agosto de 1948 en la cancha del hipódromo San Fernando de Itagüí.
No sería exacto decir que el hecho fatal se debió a enfrentamientos entre “hinchas”, pues en esos años las carreras de caballos dominaban las pasiones de los aficionados, pero sí que la pelea que se armó aquel 9 de julio de 1944 en el hipódromo Los Libertadores dio a conocer con sangre a los medellinenses los sentimientos que ese juego aún imberbe podía despertar en sus incipientes seguidores.
Era un partido Medellín y Huracán, el clásico de entonces. Medellín se rehusó a jugar luego de haber ganado por W.O. y hubo enfado de los rivales. Prendió la chispa en las tribunas, ardieron los ánimos, se airearon protestas, rodaron parlantes, se sucedieron destrozos, y la policía se unión a la calentura con disparos. Resultado final: dos muertos, numerosos heridos y el oficial encargado detenido. También fue la primera vez que hubo una sanción, el estadio se reabrió dos meses después.
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Hace un cuarto de siglo, con meses de diferencia, surgieron en la ciudad las barras populares más emblemáticas de los equipos locales: Rexixtenxia Norte y Los Del Sur. Tantos años después, no hace falta presentarlos ni repetir que copiaron el modelo de las barras argentinas y que con esa imitación nos cambiaron la vida a los adolescentes que íbamos al estadio a finales del siglo XX: nos llenaron de alegría y vértigo.
Este periódico, con motivo del cuarto aniversario de la barra del Nacional, el 21 de noviembre de 2001, tituló una nota de su sección de Deportes así: “L.D.S., más que una barra” y en ella decía que adelantaba programas sociales en Bellavista y barrios pobres, estaba invitada a un mundialito de fútbol en Argentina y tendría “una bandera de 20 millones, un disco de platino y escuela de fútbol”.
Y así describía a sus creadores el periodista Oswaldo Bustamante: “A un taxista padre de familia, un arquitecto constructor de la Universidad Nacional, un sociólogo de la UPB, un ingeniero de sistemas de Eafit y un preparador físico de la UdeA, y otros jóvenes universitarios que por encima de todo antepusieron su amor por la divisa de un equipo de fútbol, se les debe la creación de la más polémica y dinámica, pero a la vez exitosa barra de fútbol: Los del Sur”.
Otro tanto se puede decir de los fundadores rexixtentes, varios de ellos estudiantes universitarios, como Javier Barajas, Rafa y el Papu; otros que traían la contracultura del punk y el metal, como Chapa y Tavo –punkeros– y el Anciano y Chispas –metaleros–; y Fredy el Salva y el Colorado Gamarra, un primer núcleo que venía de la Putería Roja, la primera barra en Colombia que empezó a viajar a los estadios del país a alentar el equipo. Luego llegaron Luis Felipe Botero –el Mello-, Nicolás Solórzano –que fue mascota de Medellín– y Mario Valencia, creador del trapo “Juntos venceremos”. Chispas dio con el nombre y Barajas fue quien vetó las “s” y las “c” e impuso las “x” en su lugar, que marcaron la esencia punkera de la nueva barra.
Hoy todos tienen más de cuarenta años, son padres, alguno incluso abuelo. Entre sus decenas de miles de seguidores se cuentan tres generaciones que comparten la misma pasión y delirio, aunque por colores diferentes.
En la teoría del color, el rojo y el verde son complementarios y cuando están uno al lado del otro generan el máximo contraste. Cuando se encuentran, uno a un costado y el otro en el opuesto, como sucede en los clásicos, resaltan con fuerza. Se necesitan para brillar. Y cuando se mezclan, como sucede por un instante con el humo de los extintores que se esparce y se mezcla en el aire del estadio a la salida de los dos equipos, se convierten en un marrón muy parecido al color de la tierra a la que todos pertenecen por igual.
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Los líderes de las barras cargan con una enorme influencia y responsabilidad, y también con un aura oscura, heredada del barrismo argentino, que persiste con los años y que hace que muchas personas asimilen a sus seguidores con el bandidaje. Y sin embargo, son actores sociales y políticos, reconocidos por la ley y en las políticas públicas que se han formulado e implementado con su concurso, tanto en la Ley 1279 de 2009, que creó la Comisión Nacional de Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol, como en la Política Pública de Cultura del Fútbol, aprobada por el Concejo de la ciudad en 2017. Un marco legal que avala la Mesa de Seguridad y Convivencia en el Fútbol local, en la que tienen asiento junto con todas las instituciones relacionadas con el espectáculo, y que desde hace años se lleva a cabo todos los martes, juegue quien juegue.
En algo más de dos décadas, la ciudad le ha dado forma a un modelo propio de vivir el fútbol conocido como “barrismo social”, que no tiene similar en el mundo y está alejado de su referente argentino, marcado por sus nexos con la delincuencia organizada.
Con motivo de los 25 años de su fundación, Los Del Sur publicaron un libro, coordinado por el sociólogo Raúl Martínez, candidato a doctor en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional, con la tesis “Futbopolis. Fútbol, ciudad y espectáculo”, y referente de la barra, en el que se sistematiza y se mapea el impacto del trabajo realizado con los grupos que conforman la barra en Medellín, Antioquia, Colombia y el exterior.
Son 120 grupos representativos de barrios de todas las comunas de Medellín y más de una docena de proyectos, que incluyen concursos literarios, programas de televisión, talleres de convivencia, de equidad de género y formación de líderes, libros, un centro de documentación, una sede social, una empresa de logística y la corporación Siempre Presentes, que ha esparcido por la ciudad y fuera de ella un mensaje de convivencia y rechazo a la violencia. Así como ha ofrecido oportunidades laborales a cientos de jóvenes.
Por su parte, la Rexixtenxia, que cuenta con 70 grupos, ha impulsado proyectos sociales como la creación de una escuela de fútbol, formación de músicos, participación en talleres y capacitaciones en liderazgo, emprendimiento, cultura de paz y consumos problemáticos de drogas.
Ambas barras cuentan con sendas tiendas barristas, ubicadas en el primer piso del Obelisco, a pocos pasos de distancia la una de la otra. Sus líderes no son amigos, pero se reconocen y se cruzan cotidianamente. Y mantienen canales de comunicación abiertos para gestionar eventualidades y tramitar sus diferencias cuando ocurren hechos de violencia.
Raúl Martínez resalta la enorme fragilidad del proceso de barrismo social ante hechos como las riñas y la muerte violenta de hinchas. Pese a la insistencia ininterrumpida del mensaje de reconocer la diferencia y vivir el fútbol en paz, señala que bajar la guardia frente al proceso articulado, entre autoridades, clubes y barras que ha caracterizado a Medellín, tienen consecuencias en las posibilidades de prevención de la violencia, en particular con una juventud muy vulnerable, con graves problemas de desempleo, deserción escolar y consumo problemático de drogas, que llega a las barras buscando un sentido a sus vidas.
Martínez insiste en la necesidad de fortalecer el trabajo articulado para profundizar el impacto en los barrios, sin satanizar el barrismo, y haciendo especial énfasis en la prevención del consumo de drogas, que aumenta cada día entre los seguidores de las barras.
Escuche podcast con el sociólogo Raúl Martínez: