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A cuidar la canilla de la que bebe Medellín

La principal fuente de agua del Valle de Aburrá no está del todo protegida. Guardabosques reprochan daños de turistas.

  • FOTO juan antonio sánchez ocampo
    FOTO juan antonio sánchez ocampo
A cuidar la canilla de la que bebe Medellín
09 de septiembre de 2015
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En algo puede estar tranquila, por ahora, gran parte de los habitantes del Valle de Aburrá: tendrán una reserva de agua en los próximos veinte a treinta años.

Para garantizar el abastecimiento hídrico de unos 20 municipios de Antioquia, las autoridades ambientales protegen el páramo de Santa Inés (también conocido como de Belmira) y que abarca 34.358 hectáreas del norte y occidente del departamento.

Este valioso ecosistema es una fuente inagotable de agua para Medellín y su área metropolitana, siempre y cuando se cuiden sus nueve distritos como se debe.

La ley del Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 protege las zonas de páramo con una serie de restricciones para no permitir ningún tipo de explotación. Sin embargo, también protege los títulos mineros aprobados desde antes del 2010.

La buena noticia es que, en la jurisdicción de la Corporación Autónoma Regional del Centro de Antioquia (Corantioquia), donde está el páramo de Santa Inés, no había títulos mineros desde antes de dicha fecha.

“A partir de este mes, con la nueva declaratoria del Ministerio de Ambiente, se puede decir, oficialmente, que el páramo de Santa Inés quedaría libre a perpetuidad de cualquier explotación minera”, aseguró Alejandro González Valencia, director de Corantioquia.

Protección y compensación

En Colombia, municipios y departamentos están obligados a destinar recursos para comprar y proteger zonas donde nace el agua que abastece a sus acueductos.

Para fortuna de los habitantes del Valle de Aburrá y los otros 10 municipios que tienen jurisdicción en el páramo, ya están protegidos la mayoría de los predios, considerados de producción hídrica.

Además de esta obligación, también se debería realizar un pago por concepto de compensación de servicios ambientales a los dueños de los predios, por el hecho de no poder explotarlos y por conservarlos.

Así lo realiza la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare) con decenas de campesinos del Oriente antioqueño; sin embargo, en el páramo de Santa Inés casi no aplica.

“Lo que nosotros hemos encontrado en el páramo de Santa Inés es que allá no hay campesinos. Hay grandes extensiones de tierra improductivas, heredadas desde hace décadas a sus actuales propietarios, los cuales nunca las han explotado, por eso, prácticamente no hay que pagar compensación”, afirmó González Valencia.

Aunque en los predios que están por debajo de los 3.000 metros sobre el nivel del mar hay una zonificación de usos sostenibles, agrícola y pecuario, los que están en la zona de páramos son, en teoría, intocables (ver infografía en página 14).

Los guardianes

Héctor Rojas Lozano, coordinador técnico del Distrito de Manejo Integrado del sistema de páramos y bosques altoandinos del noroccidente medio antioqueño, es uno de los 14 guardabosques que cuida una de las fuentes hídricas más importantes de Antioquia.

De hecho, estos guardianes del agua, al menos tres o cuatro veces por semana, recorren a pie o en bestia las distintas zonas del páramo de Santa Inés.

La tarea es clara: que se conserven flora y fauna de los predios protegidos y que inescrupulosos no estén talando o cazando, que no haya explotación minera o ganadería.

Estas personas, además, con apenas un machete, deben hacer mantenimiento a los caminos de herradura de los páramos y limpiar cuanta porquería dejan (no todos) los que se hacen llamar ecoturistas.

En varias ediciones, EL COLOMBIANO ha publicado el estado en el que quedan los caminos y las zonas que usan para acampar en el páramo: capas del suelo peladas, botellas, basura, huellas de fogatas y frailejones moribundos.

“Debemos capacitar a grupos organizados (colegios, juntas de acción comunal, Policía, entre otros) acerca del cuidado de bosques y páramos, socializar los acuerdos del Distrito de Manejo Integrado y el trabajo de campo, consistente en supervisar y vigilar predios protegidos”, explica Héctor.

Cuando los guardabosques detectan una situación irregular o prohibida, les toca abordar a los responsables, explicarles que están incurriendo en un delito, registrar y documentar el suceso, o sus consecuencias, con fotos y videos. Luego envían un informe sobre la novedad. Por cumplir su trabajo, muchos han sido amenazados e intimidados.

Cuidar un páramo no es labor fácil: sin colaboradores, a más de 3.000 metros de altura, donde el oxígeno falta con el mínimo esfuerzo y sabiendo que la ayuda más cercana está a tres horas o más, y claro, montaña abajo por un camino agreste.

La mejor retribución para ellos es que los millones de citadinos hagan un uso responsable del agua que llega a sus hogares y que produjo el páramo de Santa Inés.

Infográfico
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