Mientras en la antesala de la asamblea anual de la Asociación de Empresarios de Colombia (Andi), gremio y Gobierno se enfrascaron en un debate sobre si hay o no política industrial, uno de los principales invitados a esa cumbre empresarial, el costarricense José Manuel Salazar-Xirinachs, señaló que esa discusión resulta estéril, caduca.
“Ahora el debate se centra en cómo hacer una política, ya no industrial, sino de desarrollo productivo, y ponerla en práctica en las condiciones efectivas de cada país”, afirmó la noche del jueves pasado ante un auditorio de más de mil empresarios el doctor en Economía y nuevo director regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para América Latina y el Caribe.
Como director de políticas de esa agencia de Naciones Unidas fue coautor del libro “Transformando economías: haciendo que la política industrial funcione para el crecimiento el empleo y el desarrollo”, publicado recientemente en inglés y cuya edición español está próxima a salir (ver recuadro).
Salazar considera que no hay “una varita mágica” para establecer una política de desarrollo productivo, pero se debe empezar a definir las formas en que se aplica de manera coordinada como camino a una reindustrialización necesaria en los países latinoamericanos.
Y esto tiene un imperativo adicional: “para hacer exitosa una política de empleo, debe estar anclada en una política de desarrollo productivo. Son dos caras de la misma moneda”, afirmó Salazar, quien dialogó con EL COLOMBIANO sobre algunas puntadas claves para Gobierno y empresarios:
En Colombia todavía se discute si hay o no política industrial. ¿Es adecuado reclamar hoy una política industrial, como la que pide la Andi?
“Considero que hay que hablar más de políticas de desarrollo productivo, en vez de política industrial. En el mundo global se han desdibujado mucho las distinciones entre sectores como agricultura, industria y servicios, que sirven más a las mediciones estadísticas, pero en la realidad, los productos industriales tienen un alto porcentaje de valor agregado en servicios, de diseño, empaque, transporte y demás aspectos de las cadenas globales de valor. De igual manera, la agricultura moderna es de escala industrial y requiere alto conocimiento en semillas, riego y demás. Además una política de desarrollo productivo tiene en cuenta el balance que debe existir entre los sectores: no tiene sentido pensar en la competitividad de productos transables sin tener en cuenta costos eficientes de energía, logística y otros aspectos”.
A propósito del nombre del libro: ¿cómo hacer que la política industrial funcione en el caso de Colombia?
“Una de las lecciones de esta investigación es que las políticas deben partir del diagnóstico de la situación específica. Asimismo, la política no debe dirigirse solo a los empresarios, sino que se amplíe a una lógica de desarrollo integral, que también incluya a pequeños productores del campo y estrategias de educación para zonas rurales, por ejemplo”.
¿El Gobierno debe dejar las apuestas productivas en manos del empresariado?
“No hay que dejar todo al sector privado y surge el concepto de la ‘nueva mano visible’, donde el Estado participa junto a los sectores económicos y trabajadores en canalizar esfuerzos en aquellos temas de alto potencial productivo. Pero ahí hay que tener cuidado en equilibrar estrategias de ‘mano pesada’ que implican asistencialismo, subsidios, proteccionismo y alta transferencia de recursos, con otras de ‘mano liviana’, que son incentivos que funcionan y no se tratan de girar cheques al sector productivo. Dicho esto, es importante que un país se industrialice, porque aumenta la complejidad económica, es decir, capacidades para producir de manera diversificada, lo que atrae más la inversión”.
¿Y por dónde empezar?
“Sería muy audaz de mi parte decir a Colombia qué hacer, pero es necesario que el Gobierno se siente con empresarios a determinar esos obstáculos más apremiantes en temas regulatorios, de costos de producción, mano de obra y demás. De hecho, ahora se supera en un mundo de comercio abierto las barreras arancelarias, pero surgen en temas de normas, certificaciones, y en eso hay un amplio campo de cómo la política pública puede ayudar a diversas empresas a cumplir esos estándares internacionales”.
Pero también hay un riesgo de que las políticas industriales terminen en paquetes de medidas proteccionistas.
“Existe ese riesgo de malinterpretar estímulos. Ahora, una política de desarrollo productivo no significa necesariamente subsidios, pero sí instalar capacidades”.
El otro riesgo es la falta de continuidad de las políticas por cambio de gobierno o ministro de turno...
“Ahí juegan un papel importante las organizaciones de empresarios y de trabajadores para hacer valer los pactos de condiciones. Sé que se dice fácil y es difícil de aplicarlo, pero es una ruta para que las políticas públicas no estén sujetas a los vaivenes del gobierno. Es el caso de Costa Rica, con su éxito en incremento de exportaciones y atracción de inversión, explicado por el amplio consenso nacional en torno a políticas productivas para ese fin, aunque en otros campos no ha sucedido lo mismo”.
De otro lado, un obstáculo grande es la baja productividad en Colombia, ¿para qué tener la solución escrita en una política si no hay eficiencia en su aplicación?
“Esa es una gran tragedia para América Latina, en promedio la productividad es la mitad de la medida en Estados Unidos, pero además las brechas se están ampliando con países desarrollados. Así que en la región vemos unos sectores de talla mundial, pero al mismo tiempo otros con grandes rezagos y con alta dispersión de pequeños esfuerzos”.
Entonces, ¿esa política de desarrollo productivo debe apuntar a tener empresas más grandes y menos micro y pequeñas para superar brechas?
“Cuando hay sectores dinámicos de alta productividad surgen empresas medianas o hay una o pocas líderes del sector de mayor tamaño. Pero ya hemos visto cómo en Italia hay distritos de pequeñas y medianas empresas aglomeradas que tienen alta especialización. El problema estructural de América Latina es que nos faltan empresas medianas, hay unas pocas grandes y una inmensa cantidad de micro y pequeñas”.
¿A qué lo atribuye?
“Hay una barrera que sugiere obstáculos en el crecimiento productivo que puede obedecer a asuntos regulatorios, tributarios y del sistema de apoyo para acelerar el crecimiento, es decir que falta generar más ecosistemas de emprendimiento que incentivan la incubación y consolidación de empresas mediante acceso a crédito, mentorías y transferencias tecnológicas. Hay que tener en cuenta que muy pocos éxitos empresariales se logran en el primer intento”.
También hay una alta informalidad estimulada por alta carga de impuestos y laborales para empresas de todos los tamaños.
“Es una preocupante realidad no solo de Colombia, sino de América Latina, en general que limita el desarrollo del aparato productivo. En ese sentido, la política de desarrollo productivo debe dar unas señales claras de facilitar un clima para la inversión. Hay experiencias que ya aportan soluciones”.
¿Por ejemplo?
“En Uruguay y Argentina se aplica el llamado ‘monotributo’ a las empresas pequeñas y que, según unos criterios particulares, fija una tasa de impuestos escalonada a medida que la compañía va creciendo y se va graduando en hitos de formalidad. Eso tiene la ventaja de que para su desarrollo, la pequeña empresa es sujeta de crédito, no la ahogan de entrada las obligaciones de impuestos y pueden participar en compras públicas y ser proveedores de mayores empresas formales”.
Luego de escucharlo, queda la sensación de que a América Latina y a Colombia, particularmente, los cogió la noche en reindustrializarse.
“No lo veo tanto, pero sí es cierto que la región perdió muchas oportunidades en su esfuerzo de industrialización desde la sustitución de importaciones. La región comenzó un proceso de apertura comercial, que es necesario, pero sin hacer la tarea complementaria requerida en infraestructura, educación y competitividad de la industria. Pero nunca es tarde: si los países dejan de discutir qué hacer, y se centran en cómo hacerlo, se podrá tener una política coherente de desarrollo productivo, no solo pendiente de temas macroeconómicos, sino enfocada en la producción. Hay que poner manos a la obra”.