La negociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) de Colombia y Estados Unidos, que esta semana cumple 10 años de vigencia, estuvo a cargo de un equipo muy grande, liderado por Hernando José Gómez, quien realizó el trabajo de filigrana para abrirle las puertas del mercado norteamericano a los productos colombianos.
EL COLOMBIANO habló con él sobre lo que significó este primer tratado para el país y los retos que quedan para aprovecharlo al máximo.
¿Cómo era el comercio
internacional de Colombia antes del TLC?
“Antes del TLC nuestro comercio internacional se daba a través de la Comunidad Andina y teníamos unos esquemas de preferencias arancelarias con Estados Unidos (llamado Atdea), que eran unilaterales de ese país y en cualquier momento nos las podían quitar, y estas, además, no estaban sujetas a ningún esquema de solución de controversias. La idea con el TLC era que el acceso preferencial al mercado americano nos quedara permanente y si había alguna queja de cualquiera de las dos partes hubiera un esquema solución, además que incluyera asuntos sanitarios, fitosanitarios, laborales y ambientales”.
¿Para ese momento Colombia contaba con algún mecanismo similar con otros países?
“El único acuerdo que teníamos era con la Comunidad Andina de Naciones, todos los demás acuerdos eran de alcance parcial, teníamos alguno con Brasil y con el Mercosur, pero en Mercosur se exceptuaba a la gran mayoría de los productos agropecuarios, lo mismo ocurría con México, el sector agropecuario del G3 estaba excluido”.
¿Cómo fue esa negociación?
“Fue dura, porque al principio era como llevar el equipo de barrio a jugar contra el Real Madrid; sin embargo, de las cosas bonitas que hubo es que dentro del Ministerio de Comercio había gente muy preparada, muy calificada, y lo que hicimos fue organizar un equipo con unas reglas del juego claras, con unos esquemas de consulta con el sector privado y la sociedad civil, claros, transparentes y permanentes. Analizamos con detalle cómo estaban compuestos estos tratados, miramos qué personas teníamos y cuáles eran las más preparadas en cada área y les pedimos a los demás ministerios y entidades del gobierno que estuvieran interesadas que se integraran a este equipo negociador.
También fue un proceso difícil porque negociábamos en conjunto con Perú y Ecuador, eso implicaba primero ponerse de acuerdo dentro del mismo gobierno; después presentarle al sector privado colombiano y a la sociedad civil; luego debíamos ponernos de acuerdo con Perú y Ecuador, y finalmente, llegar a la negociación. Ese proceso era lento, dispendioso, difícil y quitaba grados de libertad a medida que uno iba subiendo en la cadena para llegar a la negociación con los EE. UU.”.
¿Cuáles eran sus prioridades?
“Darles un tiempo de ajuste adecuado a las áreas más sensibles de la producción colombiana: al arroz, los cuartos traseros de pollo, algunos de los lácteos, el maíz, el frijol y en algunos productos industriales que se llevaron a diez años como los licores y los automóviles.
En todo lo demás era bastante estándar. En el único punto donde teníamos preocupación era que los EE. UU. querían algunas protecciones adicionales en el campo de la propiedad intelectual, que fueran más allá de lo que ya teníamos negociado en la Organización Mundial de Comercio (OMC), pero al final se logró mantener lo que ya teníamos negociado, donde protegíamos perfectamente los derechos, sin que hubiera aprovechamiento indebido de nuestros conocimientos tradicionales o de nuestra biodiversidad”.
Una vez se firma ese
acuerdo, ¿cuáles eran las expectativas?
“Eran grandes en el sentido de que íbamos a entrar con casi todo el arancel norteamericano en 0%, pero éramos conscientes de que había que negociar ciertos protocolos sanitarios y fitosanitarios para que productos como el aguacate, el limón tahiti y algunas otras frutas pudieran entrar a los EE. UU., ese es un proceso que infortunadamente toma algunos años, pero que se ha venido concretando y que ya ha permitido exportaciones muy significativas. La realidad es que sí esperábamos un mayor boom de exportaciones que no se ha dado”.
¿Por qué no se ha dado?
“Una parte es porque los costos en Colombia son elevados, los aranceles de terceros países son altos y eso encarece la producción colombiana, también tenemos un costo país elevado por el tema de la logística, por los costos de transporte, entonces hemos tenido más dificultades de las que esperábamos. Aunque ha habido casos espectaculares de éxito, como las ventanillas de aluminio que se exportan desde Barranquilla y hay como 300 productos nuevos que se han exportado hacia EE. UU., pero en los montos quisiéramos más”.
Actualmente hay una crisis global de comercio internacional, en ese contexto ¿cómo ve el futuro del TLC?
“Yo pienso que ahí están todas las herramientas para sacar el mayor provecho, Colombia tiene la mejor negociación de toda América Latina en términos de reglas de origen, las menores cantidades de valor agregado local que nos demandan para que un producto sea considerado de origen colombiano, entonces toda esta necesidad que últimamente tiene EE. UU. de lograr unos proveedores más cercanos a su país podríamos suplirlos nosotros, podemos tener unas propuestas de valor adecuadas para que muchas empresas internacionales utilicen a Colombia de base de exportación.
La otra oportunidad está en materia agropecuaria: EE. UU. es un gran importador neto de toda suerte de productos agropecuarios y Colombia tiene una capacidad de producción agropecuaria impresionante, lo hemos empezado a ver con el aguacate Hass, con el limón Tahití, con el aceite de palma, y ahora que se han incrementado tanto los precios de los alimentos, ¡por Dios!, nosotros tenemos capacidad de producción y lo que necesitamos es un poco de ordenamiento de nuestra producción agropecuaria, de mandar unas señales claras a esos inversionistas, de darles un impulso a las carreteras terciarias de este país, para bajar el costo país a la exportación de estos productos”