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Javier Milei se ha tornado como un personaje muy controversial desde que inició su carrera para llegar a la presidencia de Argentina, su estandarte de batalla se ha resumido en una palabra muy simple: “Libertad”. Pero en ese sustantivo encierra una visión económica que propone reducir la mano del Estado a su mínima expresión en línea con el llamado “anarcocapitalismo”.
Con una inflación que supera el 100%, las brechas entre ricos y pobres en ese país se han acentuado y todo el descontento social que hay de por medio ha sido el escenario perfecto para que alguien como Milei —y su crítica a las “castas políticas”— tuviera amplia aceptación. Es así que entre sus propuestas más polémicas se incluye la reducción del Estado (menos despachos y reducción de impuestos), dolarizar la economía y abolir en el Banco Central de la República Argentina.
Pese a que la intención es conseguir que la Nación retome el crecimiento económico que antaño la hizo una de las más ricas en América Latina, a Milei se le critica por su postura radical que ya no es liberal sino “libertaria” al impulsar un país en el que la iniciativa privada está completamente por encima del Estado; sus detractores apelan a la historia para citar que un mercado sin regulación también es nocivo y profundiza la pobreza.
En síntesis, a Milei le cuestionan que reducir los impuestos se traduce en menores ingresos para que el Estado pueda proveer bienes colectivos (vías, hospitales, escuelas) y para invertir en proyectos enfocados en la población vulnerable (programas de alimentación, educativos y subsidios). Sin embargo, la premisa del presidente electo apunta a que, con menores impuestos, se atrae la inversión, se generan empleos y aumenta el poder adquisitivo de los habitantes. Además, argumenta que un Estado más pequeño (sin excesivos ministerios y burocracia) ahorra recursos que pueden invertirse en la gente y la caja del Estado no crece en detrimento de la riqueza individual.
Por otro lado, está su propuesta de dolarizar la economía; siendo esta su “medicina” para erradicar la inflación descontralada que mueve los precios hacia arriba sin parar. El problema es que el país perdería el control de su política monetaria y eso está enlazado con su idea de desechar el Banco de Central de la República Argentina.
Los contradictores de Milei han señalado que su idea es peligrosa dado que el país perdería su soberanía en el manejo de la moneda y no podría aplicar instrumentos de control cuando necesite responder a la situación económica. Por ejemplo, sin un banco central en funciones, no hay quien controle la cantidad de billetes circulando y no existe la posibilidad de maniobrar para estimular la economía o para apaciguarla cuando esté sobrecalentada y los precios se salgan de control.
Lo cierto es que para Milei la intervención de la autoridad monetaria “hace daño” porque interviene en la formación de los precios al determinar la cantidad de papel moneda que circula en la economía: “Cuando el Banco Central determina la cantidad de dinero lo único que hace es determinar el nivel de precios, entonces si se expande hace daño y si se achica hace daño y así ¿para qué lo quiero?”.
En medio de los problemas que afrontan los argentinos, Javier Milei llega con una corriente completamente influenciada por la escuela austriaca; misma que ha defendido que las decisiones económicas deben partir de los individuos y no del Estado, moviéndose hacia un extremo en el que hay poco espacio para las políticas fiscales y monetarias que deberían aplicarse en una sana economía mixta.
El plan de recuperación económica, según había mencionado el pasado el presidente electo, llevaría unos 15 años y se necesitan reformas de primera, segunda y tercera generación. No obstante, su postura no aboga por transiciones pausadas y apuesta por cambios fuertes que puedan tener impacto en el corto plazo, dando un giro de 180 grados a la economía de su país.
Entretanto, es un momento en el que resuena la filosofía del pragmatismo: “No se puede ser tan liberal como para cambiarlo todo ni tan conservador como para impedir que nada cambie”.
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