Hay una Medellín que poco conocemos, que muchos ni siquiera saben que existe, donde viven cientos de miles de seres humanos en condiciones de desigualdad. Es la ciudad que queda arriba de todo, casi tocando el cielo, que a lo lejos se ve como un pesebre empinado de casas de tacón alto, como pisándose una a la otra, recostadas contra las montañas que rodean este valle (a veces) de lágrimas.
Esa Medellín es otro mundo, donde las calles parecen pavimentadas con polvo de ladrillo, que en invierno se vuelve un río de pantano, donde predominan los pisos de tablas y los “muros” de plástico negro en los que se resguardan personas, perros, gatos, pollos y gallinas. Un mundo sin agua potable y sin redes de alcantarillado. Un mundo de escalas infinitas y callejones estrechos desde donde se divisa, allá abajo, un tapete de edificios que llamamos “el centro”.
Abrir el grifo en casa es un acto inadvertido, pero no poder hacerlo causa una brecha social tan profunda que golpea la dignidad, lastima la esperanza y puede acabar con la salud y con la vida, pues el consumo de agua no potable es fuente de enfermedades, bacterias, infecciones, insectos y roedores que traen las aguas sucias que corren libres por calles y quebradas.
Cerca de 70.000 familias carecían de agua potable en la ciudad. La mayoría ubicadas en la parte alta de la zona Nororiental. Otras administraciones ni lo intentaron, pero en 2016, la Alcaldía de Medellín y EPM dijeron ¡a ver, pues! Y pusieron en marcha el programa Unidos por el agua, que ahora se apellida Héctor Abad Gómez, como un reconocimiento al médico salubrista y líder de los derechos humanos que, poco antes de ser asesinado, escribió: “Si ni siquiera todos los niños en nuestro país tienen agua limpia para tomar, ni tampoco en nuestro departamento, ni en nuestro municipio, no hemos trabajado suficientemente en salud pública y es muy largo todavía el camino que debemos recorrer”. ¡Y vaya que ha sido largo! Empezó a pedirlo desde 1969 y cincuenta años después, Unidos por el agua alcanza la meta trazada para este año: más de cuarenta mil familias beneficiadas y treinta mil en turno para el próximo.
Por ideas como esta, Abad Gómez fue tachado de comunista. Y viéndolo bien, sí fue un revolucionario social y político, pues dedicó su vida y su profesión a recorrer los barrios más pobres, a tocar puertas y a llamar la atención sobre la importancia del saneamiento ambiental para prevenir epidemias y enfermedades con un tratamiento adecuado del agua antes de consumirla.
Unidos por el agua Héctor Abad Gómez... Más que justo y merecido, en honor al papá de la salud pública en Colombia. Y más que importante y necesario el programa, porque trae consigo, además de “agüita para mi gente”, el mejoramiento de las viviendas y de las aceras, la pavimentación de las calles, la legalización y la valorización de los predios.
Esas son las verdaderas revoluciones sociales que necesitamos, las que impactan positivamente a la comunidad, no las que acaban con ella.