La realización de una jornada electoral tranquila, libre de graves sobresaltos y en la que fue posible votar con relativa libertad, prueba que este país al menos parece una democracia, con todo y las enormes deficiencias, el impacto destructivo de la corrupción, la fuerza disociadora del sectarismo y una tendencia arcaica al irrespeto de los contrarios, así como también un notorio subdesarrollo en materia de cultura de la discordancia.
Entre ser y parecer es obvia la diferencia. Ninguna nación, ni la más culta y avanzada, puede ostentar el título de perfecta democracia. Todas exhiben vacíos e incongruencias, unos más y otros menos. Pero sí hay modelos más o menos ejemplares en los que el alto grado de institucionalidad y los cambios y alternancias...