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Abelardo: el fenómeno que rompió el tablero

Mientras la izquierda se enreda en discursos de victimización y la derecha tradicional se consume en divisiones internas, De la Espriella ofrece algo que los otros parecen haber perdido: certeza.

hace 3 horas
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  • Abelardo: el fenómeno que rompió el tablero

Por Alberto Sierra - @albertosierrave

El acto que puso a la izquierda a la defensiva y reconfiguró la narrativa opositora.

“El Tigre ha despertado”, proclamó Abelardo de la Espriella ante más de 15 000 personas en el Movistar Arena de Bogotá, según reportes de prensa. No fue un evento político tradicional: fue un fenómeno simbólico que sacude la política colombiana. En un país donde la abstención electoral supera el 50 % y la desconfianza hacia los partidos domina, llenar un recinto de esa magnitud sin incentivos tradicionales —buses, tamales o maquinarias— es indicio de algo distinto: la emergencia de un segmento que no se siente representado ni por el petrismo ni por la vieja derecha.

De la Espriella comprendió lo que muchos líderes olvidan: hoy la política se gana tanto en la emoción como en la razón. Su discurso de “honor, patria y deber” no busca convencer únicamente, sino convocar. Lo que para sus críticos es espectáculo, para sus seguidores es un acto civil que reintroduce la creencia como motor político.

No es un outsider absoluto: viene del mundo jurídico y mediático, pero su independencia frente a la clase política se traduce en capital simbólico. Representa orden frente al caos, firmeza frente a la confusión. En la narrativa colectiva, aparece como el abogado de una nación que se siente traicionada. Esa imagen remite a la historia política colombiana: líderes como Luis Carlos Galán o Antanas Mockus también construyeron credibilidad a partir de la ética y la percepción pública.

Su estética refuerza el mensaje: impecable, altiva y escénica, transmite autoridad visual. Su lenguaje es binario: patria o traición, orden o barbarie. En tiempos de incertidumbre, esa claridad moral tiene más peso que los tecnicismos. Mientras la izquierda se enreda en discursos de victimización y la derecha tradicional se consume en divisiones internas, De la Espriella ofrece algo que los otros parecen haber perdido: certeza. No argumentos complejos, sino dirección clara.

La reacción del petrismo entre la burla y la crítica agresiva revela temor. Perder la narrativa opositora en la era digital equivale a perder poder simbólico; según estudios de Invamer, hasta un 30 % de la percepción favorable de un líder depende de su narrativa y presencia simbólica. Lo que se vio en el Movistar Arena no fue solo un evento: fue una transferencia simbólica de autoridad hacia la narrativa de la resistencia.

Pero el fenómeno también tiene riesgos. La política mesiánica suele consumir a sus propios profetas. Si De la Espriella no traduce su fuerza emocional en propuestas concretas y estructura política sostenible, podría quedar como un relámpago brillante y fugaz. La historia colombiana está llena de caudillos que encendieron esperanza para luego apagarse en su propio fuego.

Hoy, sin embargo, negarlo sería ceguera: logró lo que ningún opositor había conseguido desde 2022: poner a la izquierda a la defensiva. En un país donde la política parece agotada, reintrodujo algo que ni la maquinaria ni los algoritmos pueden fabricar: creencia.

Y en política, quien logra que la gente crea ya ganó la mitad de la batalla. La otra mitad: transformar esa fe en resultados concretos y sostenibles.

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