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El futuro inmediato de Colombia se ve con escepticismo. La confianza está en su punto crítico. La deuda pública alcanza niveles insospechados.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
En medio de una gran incertidumbre institucional, el Gobierno sigue cometiendo errores sin solución de continuidad. Se mueve alrededor de una gallera en donde todos pelean contra todos. Ministros contra ministros. Exministros contra presidente. Altos funcionarios del Estado en pleitos jurídicos por malversaciones del erario. Una obra del teatro del absurdo.
Ante esos bochornosos espectáculos, ¿en dónde están los dirigentes nacionales para deponer sus egos y practicar la sensatez en un país desorientado, desconcertado y mal conducido por un Jefe de Estado formado para sembrar el caos y delirar en las nebulosas, sin poder salir aún de Macondo? ¿Hasta cuándo el país soportará un ministro del Interior, picapleitos e intimidante, investigado por la Corte Suprema de Justicia, poniéndoles zancadillas a sus colegas hasta tumbarlos, como hizo con la ministra de Justicia? ¿De un patán ministro de Salud que solo sabe hacer chascarrillos idiotas, como aquel de invitar al pueblo a consumir chicha y guarapo o colocar la plata debajo del colchón y no en los bancos? ¿Por qué el Jefe del Estado no se atreve a remover a Benedetti? ¿Qué sabe este de las travesuras presidenciales?
El presidente, que según la Constitución es símbolo de la unidad nacional, llama a paralizar el país. Mas ese paro podría hacerse –como insinuaba algún contertulio– convocado por las fuerzas vivas y sociales de la nación pero para protestar contra lo pernicioso que ha sido para el sistema institucional colombiano el actual régimen. Hacerlo contra las acciones de un mandatario que no solo se empeña en gobernar con lo peor, sino que no cree en los pesos y contrapesos institucionales, elementos esenciales para el funcionamiento de la democracia. Patrocinar el cese de actividades por el descuido de la salud pública, a la que meten de contrabando como tema de otra consulta popular que no tiene futuro alguno y que amenaza con arrastrar al país hacia un estallido social de proporciones incalculables. Impulsar un paro general pero contra la absurda política del Estado del bienestar, empedrado de subsidios indiscriminados que, con una coyuntura fiscal deplorable, podrá reventar las anémicas finanzas nacionales. Un paro destinado a recuperar la fe en sus instituciones políticas, judiciales y de control, legislativas, administrativas.
El futuro inmediato de Colombia se ve con escepticismo. La confianza está en su punto crítico. La deuda pública alcanza niveles insospechados. El déficit fiscal alcanza su mayor cifra en los últimos 20 años. Hay mucho de comedia y de tragedia en la forma absurda como están actuando los altos funcionarios del Estado. La corrupción es generalizada. La violencia subversiva en muchas regiones del país, desmesurada. El secuestro en el primer trimestre del año contabiliza 131 personas en garras de la delincuencia. Las dudas sobre la independencia de las altas cortes de justicia se multiplican a medida que se vencen los periodos de quienes la han honrado y los que llegan plantean muchas sospechas sobre su imparcialidad e idoneidad. En fin, un país con una clase dirigente indolente. Un país que reclama, sí, una gran protesta nacional pero contra el régimen que prevalece.