Pico y Placa Medellín
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Por Andrés Restrepo Gil - restrepoandres20@hotmail.com
Su gran proeza es haberlo reunido todo en un mismo lugar. Por esto, resulta difícil pensar qué cosas o qué servicios no se ofrecen y no se pueden adquirir en los centros comerciales. Es el lugar de la ropa, de los electrodomésticos, de los vehículos, de los juguetes, de las joyas, de los muebles. Se consiguen libros, plantas y bicicletas. Pero su grandeza no radica solo en las cosas que provee, sino también en haber sido capaz de integrar una oferta de servicios tan amplia como diversa: encontramos en los centros comerciales servicios médicos, como consultorios, laboratorios y farmacias. Hay también servicios bancarios, como sucursales, cajeros y casas de cambio. Hay lugar también para servicios educativos, laborales y culturales, con sus escuelas de idiomas, su coworking y sus exposiciones de arte. Se encuentran allí lugares para tatuarse la piel, para cortarse el cabello o para blanquearse los dientes. En estas catedrales del consumo, la comida tendrá siempre una nave privilegiada: helados, pastas, pizzas y una larga e ingente oferta de platos, para diferentes momentos del día y para muy variados gustos. Pero no solo se va a comer. Se va a orar, porque se celebran eucaristías. Se va a jugar la suerte, por las casas de apuestas. Se va a ejercitarse, por la oferta de gimnasios. Se va a pasear el perro, a arreglarse las uñas, a pasar el fin de semana en un cine.
La conquista de los centros comerciales, la gran victoria de estos titanes, es haber logrado suplir los fines a los que históricamente se habían dedicado otros espacios, como el parque, la calle, la iglesia, el mercado y reunirlos todos en un solo edificio, convirtiendo un sinfín de actividades en mercancías para la transacción y el intercambio. Gracias a una planeación ambiciosa, han reunido en ----] solo un par de pisos, distribuidos en unos pasillos laberínticos, la posibilidad de vivir la vida cotidiana: ir a trabajar a un coworking, caminar o pagar los servicios públicos. Simultáneamente, se han diseñado para vivir los momentos cumbre de una vida: se festejan cumpleaños, se celebran grados y se pasea a los niños disfrazados el 31 de octubre.
Y aunque parezca que allí todo se puede y que su oferta es insuperable, lo cierto es que, tras ese sinfín de actividades y ese conglomerado de posibilidades, hay un solo y único objetivo. A esa cantidad ingente de promesas que se nos ofrecen en un centro comercial le es transversal un único fin y una única aspiración: comprar. De ahí que, por las aglomeraciones que logra y por la popularidad que han conseguido, los centros comerciales de hoy han ocupado el lugar de las catedrales de ayer. Como arquetipos del comercio, estos lugares son ahora el epicentro de una nueva veneración. Y si hace siglos la vida giró en torno a las iglesias y a la devoción por la divinidad, hoy parece girar en torno a estos nuevos templos, donde se despliega con mayor transparencia el culto sagrado por el consumo.