Estas semanas de confinamiento obligatorio vividas gracias a la pandemia que azota al mundo, creo que en mayor o menor grado deberían haber suscitado algún tipo reflexión entre nosotros. Solidaridad, las ventajas o no de la virtualidad, la evidencia de que estamos conectados y por lo tanto los problemas son sistémicos, la desgracia de la corrupción, que a decir verdad, hoy más que nunca genera rechazo al ver cómo algunos se han robado históricamente el país, están en la palestra. Es deprimente ver cómo algunos, incluso en momentos en que deberían pensar en si van a estar vivos al acabar la pandemia, la están aprovechando para lucrarse y robar el dinero destinado a salvar la vida de colombianos.
También creo que, más allá de repensarnos como individuos, que debemos hacerlo, es responsabilidad repensar nuestras empresas. Los beneficios del sector productivo en generación de empleos, generación de bienes y servicios que todos utilizamos a diario, pago de impuestos, etc., son incuestionables. Sin embargo, el sentimiento generalizado que empieza a prevalecer es que el capitalismo, tal y como lo conocemos, está agotado. Hoy, aunque muchos no lo quieran ver, es insostenible operar bajo modelos de crecimiento sin compartir parte de sus beneficios en las zonas donde se opera. Es triste ver, por ejemplo, una zona tan rica como Mamonal en Cartagena y a pocos kilómetros la miseria más absoluta que ahoga a un gran número de ciudadanos, o Buenaventura, con grandes puertos marítimos y centro de logística nacional que hoy yace en un gran mar de pobreza, delincuencia y corrupción. No se le puede atribuir esta catástrofe al sector empresarial, ni más faltaba, pero sí considero que debe ser propósito fundamental del empresario ser más activista frente a la realidad que circunda su entorno.
Nada más favorable al crecimiento económico que una sociedad equitativa y de oportunidades. El sector empresarial debe perseguir el cariño y la confianza de todos los ciudadanos. Nada más valioso, como plantea Simon Synek, que una empresa que logre inspirar a la sociedad no por lo que hace sino por qué lo hace. Necesitamos empresas conscientes de sus actuaciones, para las cuales esté al mismo nivel reportarle a una junta las ganancias económicas y a la comunidad la inversión social, y los impactos en el medio ambiente de su actividad.
Hoy día, existen varias herramientas globales y decretos que nos guían a este camino, modelos como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la teoría de Capitalismo Consciente de Raj Sisodia, el Sistema B que está redefiniendo el sentido del éxito, o inclusive la ley de empresas de interés colectivo – BIC decretada por el presidente Duque que marca un camino claro operacional de triple impacto.
Hoy más que nunca necesitamos una apertura consciente a la solidaridad permanente y no intermitente, al activismo real y no virtual, una apertura a la construcción y no a la destrucción. La decisión de que si cada uno se preocupa por su entorno inmediato cambiamos el rumbo de Colombia. Por pequeña que sea una acción siempre inspirará muchas otras acciones.
Por esto estoy convencido de que, si hacemos una apertura inteligente hacia el camino de ser ciudadanos más conscientes de nuestro entorno y desarrollamos o convertimos más empresas al triple impacto, valdrá la pena haber luchado por un propósito superior