Los rojos de salón que se desgañitaban entre trago y calada de porrito en los bares de Colombia y de España defendiendo las bondades del chavismo se esconden hoy como las ratas. Hasta hace unas semanas muchos han preferido creer que una tiranía atroz como la bolivariana se mantenía en pie entre nubes de algodón y carteles soviéticos vintage en pos de la colectivización y la fraternidad universal. Negaban la atroz represión del régimen chavista y atribuían cualquier denuncia a la propaganda imperialista gringa, española o marciana. Todo con tal de no admitir la evidencia: que tras elecciones amañadas y urnas preñadas, hasta las trancas de las cárceles se llenaban de presos políticos, las libertades se iban reduciendo y las instituciones y cuerpos...