MARIO FRANCO, sj.
Comenzando nuevo año podemos aspirar a que nuevamente se nos abran los cielos y por la fuerza del Espíritu, podamos ser reconocidos como lo que somos: “Hijos amados de Dios”.
¡Tantos años buscando lo terreno, cerramos para nosotros el cielo, la comunión con Dios! Hicimos mal las cosas, al pretender hacer nuestra voluntad y no la de quien realmente nos ama. Hoy, anhelamos que Dios restaure la comunión-comunicación con el cielo, y puedan ser nuevas todas las cosas.
Sobrepasamos cada día los puntos límites, las fronteras intocables del viejo orden mundial, que montado sobre nuestra voluntad “egoísta”, prescindiendo de Dios, generó un desorden, un caos “tenebroso” como modelo de humanidad. Un mundo en guerra, sin paz; una economía de resultados pero destructora de valor en el medio y comportamiento ético. Un mundo eficiente pero sin razón, sin norte y sin sentido. Un mundo con aspiraciones terrenas, excluyentemente humanas. Una sociedad y cultura del conflicto y la competencia; la negación y la descomposición del sentido del amor, la paz y la reconciliación.
Celebrando el bautismo de Jesús, esperamos que vuelva a “rasgarse el cielo” y nuevamente “escuchar hoy la voz de Dios”. Restablecer la comunión, con el Espíritu de Dios y aspirar a un cielo y tierra nuevos. Nueva creación que abra paso al verdadero hombre entre nosotros, aquel que es llamado (Bautizado): Hijo amado de Dios.
Ya está bien del viejo “orden mundial”. Del camino de rabia, odio, envidia y autodestrucción. Camino de insatisfacción e indignación. Por este sendero, no tiene futuro la historia del hombre, ni la humanidad. Camino reconocido como de tristeza y frustración. Camino de lo banal y relativo; de babel, del que más grita y hace ruido..., del desentendimiento y la incomunicación.
En este escenario comprendemos y asumimos el bautismo de Jesús, como propuesta para el de los hombres de todos los tiempos. El bautismo de Jesús cierra el ciclo de Navidad: nacimiento del hombre nuevo; dando comienzo al tiempo ordinario para una vida nueva. Es la epifanía del Dios, uno y trino, no a los reyes, sino a toda la humanidad, que siguiendo el ministerio-misión de Jesús, escucha del cielo, el testimonio del Espíritu de Dios sobre Jesús: “el amado de Dios”. Al que hay que escuchar y seguir para retornar a la verdadera posibilidad de la dignidad de todo ser humano: “la de ser hijo de Dios”.
La grandeza, dignidad humana está solo en Dios; quien entregando la vida en su hijo amado, entrega su “modo de ser” para el mundo. Abre de nuevo los cielos y restablece la comunión con Dios, la posibilidad de dejar atrás el mundo viejo y roto. La posibilidad de crear un nuevo orden en que vuelve a tener lugar: la verdad y la Justicia. La reconciliación, el amor y la Paz. El bautismo de Jesús abre la posibilidad al bautismo del hombre y del mundo amado por Dios.