Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com
Es lógico pensar que China no está deseosa de que la coyuntura favorezca una estrecha alianza de Venezuela con los Estados Unidos, lo que sería la resultante de la asunción del poder por parte de Edmundo González. ¿Pero están realmente en Pekín dispuestos a secundar a Miraflores y a jugárselas internacionalmente por Nicolas Maduro en esta hora, a sabiendas que a la vuelta de poco el escenario venezolano podría ubicarse en las antípodas del actual?
Pekín ha sido por tradición estratégica el adalid de las posiciones ambiguas cuando se trata de conflictos internacionales que no le atañen de manera directa. Si no conviene que los intereses chinos sean claramente explicitados, como es el caso de Venezuela, China se abstiene y se mantiene a distancia.
Sus relaciones con Venezuela a lo largo de las últimas dos décadas no presentan un balance positivo. Su gobierno tiene muy fresco los pésimos resultados de su incursión financiera y empresarial en los años del chavismo-madurismo. De ella solo quedaron proyectos inconclusos por la descolocada gerencia del régimen, la corrupción de lado chino estimulado por acciones turbias del lado venezolano y una monumental deuda insoluta que según los entendidos sobrepasa los 16.000 millones de dólares. Dentro del pragmatismo con el que Xi Jinping y sus predecesores han manejado sus relaciones externas, nadie en Pekín estaría dispuesto a renunciar a estas cuantiosas acreencias contra el país venezolano. Peor aún, hay clara conciencia de que solo una transformación profunda de la administración nacional podría hacerlo posible.
Las coincidencias ideológicas que hubieran podido persistir entre los dos países no han sido suficientes para que Pekín secunde a Caracas durante los años recientes de su descalabro económico. Los más de 600 acuerdos de cooperación recientes rubricados entre las partes son papel mojado y solo son útiles para que el lado oficial fanfarronee una cercanía que no es tal.
La consigna de negocios de Pekín hoy traza una línea roja infranqueable. Tanto en sus inversiones foráneas como en la promoción y ejecución de sus proyectos la necesidad de predictibilidad debe estar presente. Ello no ha sido el caso durante los años de la Venezuela revolucionaria y la perspectiva futura no pinta mejor. Las empresas privadas chinas que usualmente son controladas por el Estado también respetan la regla de oro de una predecible evolución positiva económico-financiero de cualquier proyecto fuera de China. Las inversiones deben estar garantizada o al menos no sometida a sobresaltos. La política de inserción financiera en el resto del planeta a través de la Nueva Ruta de la Seda ha cambiado de sus parámetros y hoy es estrictamente utilitaria. También lo es su alianza con Rusia que obedece a razones de seguridad de suministro energético y no otra cosa.
La política comunicacional del régimen venezolano ha estado amplificando y exagerando al infinito los positivos resultados de que han alcanzado en la diplomacia aplicada a China en estas épocas cruciales para el país. Un supuesto apoyo chino al madurismo podría servir como elemento de disuasión para terceros países dispuestos a sumarse a los americanos en sus acciones anti narcoterroristas. Son pocas las naciones en el mundo que se inclinen a favor de una confrontación directa con Pekín.
Pero los hechos nos permiten afirmar que no hay tal cosa como un apoyo chino a esta Venezuela que se ve cuestionada por los Estados Unidos por motivos tan universales como el combate al narcoterrorismo. La solidaridad china es irreal y es quimérica. Tampoco los chinos comen cuentos, aunque no se animen a explicitarlo.