El esfuerzo del hombre por preservar del olvido la palabra está lleno de misterios. Estos se han multiplicado con los cambios de la tecnología. En el principio de los siglos, la palabra era guardada mediante buriles, tintas y otras técnicas en tablillas de arcilla, pieles de venado, rollos de papiros... Luego aparecieron el papel moderno y la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. Años más tarde se inventaron los linotipos, las prensas y las máquinas de escribir mecánicas.
Hasta que en 1964, la empresa estadounidense IBM inventó la primera máquina de escribir electromagnética y vendió su invento como la primera máquina de procesamiento de textos. Dieciséis años más tarde, IBM también creó los disquetes que marcaron un antes y un después en la industria de la computación. Este nuevo invento permitió almacenar por primera vez hasta 100 páginas de texto. Pero no fue hasta la década de 1980 cuando, con la aparición de los computadores modernos, que el electromagnetismo se convirtió en la herramienta principal para inventariar las grandes operaciones comerciales y los movimientos financieros de los bancos y los gobiernos. A partir de entonces también se usaron medios electromagnéticos para fijar las palabras y las imágenes y almacenarlas por millones en cintas de audio, video y discos.
Fue así como en la prensa, hasta entonces la principal industria relacionada con la preservación de la memoria colectiva, también se pasó del plomo derretido a los computadores en menos de un siglo.
Todo esto ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Recuerdo, por ejemplo, el primer computador portátil que tuve: un Lenovo Thinkpad de primera generación. Lo compré a un grupo de estudiantes de ingeniería de sistemas de Eafit que lo importó, fascinado por la audaz compra por parte de empresarios chinos de la fábrica más emblemática de computadores portátiles: la del Thinkpad de IBM.
El Thinkpad era y es un computador fascinanate, fabricado por IBM especialmente para periodistas y empresarios. El mío era compacto, liviano y muy potente. El tipo que me lo vendió lo tiró al suelo y se paró encima de él solo para demostrarme que al Lenovo Thinkpad no le pasaba nada ni siquiera usándolo en un frente de guerra.
Con los Thinkpad y otros portátiles similares aparecieron montones de empresas nuevas dedicadas a producir software y procesadores de palabras que eran comprados por millones de nuevos consumidores. No se me olvidan los nombres de algunas de ellas: Wordperfect, Word Pad, Note Pad, X-Y Writer, Word, etc.
Cuento esta historia porque desde entonces me volví un fanático de los Thinkpad. Esto, a pesar de que en una tempestad, todos los archivos de mi disco duro se borraron y quedaron reducidos a un solo archivo.
Esta semana me sucedió algo similar. El Mercedes Benz de los procesadores de palabra, un Office con licencia de por vida, se negó a trabajar más y se fundió bajo el peso de un libro de 500 páginas en el que yo estaba trabajando. Busqué ayuda. Consulté los oráculos. Lo único que me dijeron yo ya lo sabía: que eso no me habría pasado si todavía trabajara con Wordperfect.
Pero un amigo generoso me dio la mano. Me dijo que si el Word de Bill Gates se había fundido, pidiera ayuda en la mejor fábrica de software de esta clase hoy: la empresa Apache Open Office. Desde hace años es la principal alternativa gratuita a la suite Office de Microsoft, y su procesador de textos es 100 % compatible con el de Bill Gates.
Lo instalé en pocos minutos. Es sencillo, veloz, potente. No cuesta nada. La empresa es propiedad de un grupo de indígenas estadounidenses, apoyados por ingenieros voluntarios. Ahora mi computador vuela con las alas de Apache y mi libro está terminado gracias a ellos.