Cuando estamos recordando el sacrificio de Francisco José de Caldas hace ya doscientos años, el 29 de octubre de 1816, la efemérides es propicia para evocar la personalidad y la obra de este sabio singular, copartícipe malogrado en la empresa de difundir e inculcar en la Nueva Granada no sólo las ideas de la racionalidad ilustrada sino, muy en especial, de cultivar y propagar las más variadas disciplinas científicas, en un momento en que desde la Corona se desdeñaba el avance intelectual de la Península y sus provincias, con expresiones de menosprecio como la propagada en tiempos de Pablo Morillo, en que se pretendía justificar la reconquista y la persecución a los abanderados de la nueva cultura con la frase nefasta según la cual “España no...