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El gobierno debe saber leer la situación, entendiendo que a nivel internacional se seguirán utilizando estas fuentes de energía por varias décadas, y que el desarrollo del país requerirá los recursos generados por los hidrocarburos.
Por Luis Diego Monsalve - redaccion@elcolombiano.com.co
El consenso casi generalizado de la comunidad científica, gobiernos y líderes de opinión en el mundo es que el cambio climático es uno de los mayores riesgos que enfrenta la humanidad, y si no se toman acciones muy pronto, el planeta tal como lo conocemos hoy podría dejar de ser habitable.
El cambio climático o calentamiento global está generando cambios bruscos en los regímenes de lluvias y sequías con fenómenos más frecuentes y extremos como la “Niña” o el “El Niño”. En este contexto, la temperatura media del planeta va en aumento y una variación de 2 o 3 grados más podría generar catástrofes inmensas, incluida la desaparición de países. Sin duda, la principal causa de esta variación está asociada a la actividad humana y al uso de combustibles fósiles, en los que las emisiones de carbono generan el famoso efecto invernadero.
Aunque el problema está sobrediagnosticado, la solución ha abierto una paradoja. Hoy, el mundo se debate entre acelerar la transición hacia energías más limpias, garantizar el desarrollo y evitar perder la seguridad energética. Por un lado, los países menos desarrollados necesitan más tiempo, recursos y apoyo para poder llevar a cabo una transición. Por otro lado, la invasión de Ucrania, que cortó el acceso de Europa al gas ruso, encendió las alarmas sobre la necesidad de contar con alternativas fiables que garanticen la seguridad energética en tiempos de crisis. El impacto ha sido tal que algunos países europeos volvieron a utilizar fuentes más contaminantes como el carbón.
Colombia también enfrenta a su manera los desafíos antes mencionados. Si bien nuestro país no es un emisor significativo a nivel mundial, alcanzando alrededor del 0,5% de las emisiones totales, es altamente dependiente de los ingresos generados por la explotación de petróleo, gas y carbón. Por ejemplo, los hidrocarburos representan alrededor del 50% de las exportaciones y sólo Ecopetrol aporta el 10% del presupuesto nacional.
El gobierno debe saber leer la situación, entendiendo que a nivel internacional se seguirán utilizando estas fuentes de energía por varias décadas, que el país no puede depender de otros países, como se ha planteado en algunas ocasiones, y que cualquier esfuerzo en la economía y el desarrollo de la nación requerirá los recursos generados por los hidrocarburos. Hoy suena cuanto menos irresponsable decir que no se debe explorar más petróleo y gas cuando las reservas actuales son las más bajas de los últimos años, según el informe entregado recientemente por la Agencia Nacional de Hidrocarburos.
No tiene sentido apresurar una transición sin un plan consolidado que pueda reemplazar al existente. En este esfuerzo, Ecopetrol, que ha demostrado su solidez empresarial y reconocimiento internacional, debe jugar un papel clave para equilibrar las expectativas y las posibilidades reales de transición.
Adicionalmente, hay que tener en cuenta que la matriz energética de Colombia es mucho más limpia que la de la mayoría de los países del mundo: un alto porcentaje es hidroeléctrica, que se considera limpia, y hay respaldo en centrales térmicas a gas para épocas secas. En lugar de centrarse en limitar la exploración, el gobierno debería apoyar firmemente la puesta en marcha de proyectos eólicos y solares en curso para garantizar alternativas. Esto no parece estar ocurriendo cuando ENEL informa de la suspensión del proyecto Windpeshi en La Guajira por problemas con las comunidades.
En definitiva, debemos decir SÍ a la transición energética como país, pero no así.
Finalmente, movilidad eléctrica: El proceso va muy lento en el país y el gobierno ni está tomando las medidas necesarias ni dando incentivos para que se acelere.