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David E. Santos Gómez
Columnista

David E. Santos Gómez

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Camino al desastre

Por david E. Santos Gómez

davidsantos82@hotmail.com

Finalmente lo hizo. Luego de meses de coqueteo con la idea y ante su pavoroso descenso en las encuestas, Donald Trump soltó al aire la necesidad de aplazar las elecciones presidenciales de noviembre. Amparado en la idea (sin fundamento ni cifras) de que el voto por correo es fraudulento, el republicano insistió en que es imposible llegar a la cita con las urnas en tres meses y cualquiera que sea el resultado estará ahora empañado de duda.

El cuatrienio de Trump fue delirante incluso desde antes de su investidura. Su probada incapacidad de gobernar, su irrespeto a las normas democráticas y a la división de poderes adquiere tras estas declaraciones un nuevo cariz. Estados Unidos se encamina a una crisis institucional y los seguidores del mandatario, fanáticos de primera hora de teorías conspiranoicas, se agrupan como un ejército de defensa que puede llevar a la potencia al desastre.

Desde la esquina demócrata se preveía una salida de este tipo. Hace varios meses, cuando la pandemia empezó a cobrar vidas en EE. UU. más que en ningún otro rincón del mundo y, al mismo tiempo, la economía aceleró al descenso; los liberales vieron que el presidente, desesperado, podría hacer una nueva locura. A las malas cifras de la Casa Blanca en salud y economía se le acumularon como una pesadilla las informaciones cada vez más contundentes sobre la favorabilidad de su opositor Joe Biden en estados clave para las elecciones como Florida, Pensilvania e incluso Texas. El político multimillonario explotó de ira.

Si bien la potestad para aplazar las elecciones recae en el Legislativo y no en el Ejecutivo, el hecho de proponer la idea se convierte en un atentado directo del presidente a las instituciones. Para Trump todo se resume en un juego de popularidad. La nación y sus ciudadanos irán después. Lo atormenta la idea de convertirse en un presidente de un solo mandato y usará todas las armas que estén a su alcance para impedirlo. Aumentará su discurso de la ley y el orden que ha incendiado al país. Radicalizará sus acusaciones sin fundamentos al espectro político que no esté de su lado. Inventará y mentirá una y otra vez. En últimas, cuando pierda, no reconocerá las elecciones. Washington ya imagina el descalabro de un presidente electo y otro, perdedor, encerrado con llave en el Salón Oval.

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