Pico y Placa Medellín
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Hoy más que nunca necesitamos recordar lo que hizo grande a Medellín: la capacidad de poner a las personas en el centro, de construir soluciones colectivas, de cuidar lo común.
Por Caty Rengifo Botero - JuntasSomosMasMed@gmail.com
Medellín ha sido ejemplo de transformación urbana y social. Sin embargo, el auge turístico plantea nuevos desafíos que no podemos ignorar. El fortalecimiento de la cultura y la participación comunitaria fueron claves en la recuperación de la confianza y con ello en la transformación de Medellín de una urbe marcada por la violencia a un lugar de esperanza. Iniciativas promovidas por diferentes sectores se alinearon para hacer que el temor de visitar Medellín desapareciera, logrando que la ciudad de la eterna primavera fuera un destino aclamado.
En la última década, Medellín se ha convertido en un destino turístico de moda. Las cifras son impresionantes: miles de visitantes llegan cada mes atraídos por la historia de superación de la ciudad, su clima, su gente y su vibrante vida nocturna. Miles de personas llegan a visitar diferentes rincones de nuestra ciudad. La Comuna 13 es hoy un museo vivo de arte callejero y emprendimiento comunitario. Sin embargo, ese éxito turístico también ha traído consigo problemas que no podemos ignorar.
Este auge turístico ha traído consigo efectos secundarios que afectan a las comunidades locales. Los vecinos de barrios como El Poblado, Laureles y la misma Comuna 13 denuncian el aumento de la gentrificación, el alza desmedida de los arriendos, la saturación del espacio público y la llegada de un turismo poco respetuoso, que a veces trivializa el dolor de la historia reciente o convierte las calles en escenarios de fiesta sin límites. La calidad de vida de quienes hicieron posible la transformación de Medellín pareciera estar en riesgo.
El turismo no es malo en sí mismo, por el contrario, es el mismo el que mantiene el crecimiento económico de la ciudad. Un turismo bien gestionado, es una poderosa herramienta de desarrollo económico y cultural. Ahora bien, el problema parece estar en la forma en que el turismo ha ido desplazando a los habitantes de Medellín. La Comuna 13 es un barrio que muchos llaman hogar y no es un parque temático, el Poblado no es una discoteca y Laureles no es un restaurante. Medellín no puede darse el lujo de repetir los errores de otras ciudades que se dejaron devorar por el turismo masivo y terminaron expulsando a su propia gente.
Hoy más que nunca necesitamos recordar lo que hizo grande a Medellín: la capacidad de poner a las personas en el centro, de construir soluciones colectivas, de cuidar lo común. Eso implica regular mejor el turismo, promover prácticas responsables, proteger a las comunidades locales y garantizar que los beneficios económicos lleguen a quienes más lo necesitan.
Medellín ya demostró que puede reinventarse. Ahora le toca demostrar que puede crecer sin perder su alma y para ello, es indispensable que todos —gobierno, ciudadanía y visitantes— se comprometan con un turismo responsable y justo.