Lo he dicho varias veces en esta columna, cada que voy a Medellín uno de los planes que más me gusta hacer es bajar al centro. ¿A qué? “A andar el mundo y a buscar con quién”, como decía mi padre cada que se iba por ahí sin ningún compromiso establecido. A mí también me gusta ir al centro porque sí. El hecho de caminar por sus recovecos, de meterme en lugares que ni siquiera son de mi gusto, me generan un placer inmenso. Cada detalle en el centro es una apología a la diversidad y eso ya es una recompensa. Casi siempre que regreso a casa me hago las mismas preguntas: ¿Por qué a ciertas personas no les gusta ir, por qué le tienen tanto miedo? Y yo no sé qué decir porque para mí el centro es puro placer, es un corazón que palpita y yo lo muerdo...