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La verdad no entiendo las razones de la crítica a Petro por ser incumplido sabiendo que él representa a un país, por ende, a los colombianos, y si algo tenemos los colombianos es que somos incumplidos.
Por Dany Alejandro Hoyos - @AlegandroHoyos
Me gusta tomar los asuntos de interés nacional para hacer reflexiones fútiles y sin sentido. La verdad, las noticias nacionales me lucen repetitivas, son el mito de Sísifo, escasas de sorpresa y rimbombantes en titulares dependiendo de los intereses de los medios.
Una de ellas es que el presidente Petro ha incumplido tantas citas que casi alcanza a Diomedes y a Héctor Lavoe. No salió en la foto de la Cumbre Amazónica. Siendo él abanderado del tema es muy bandera que no aparezca. Pero mi columna no se trata del incumplimiento de Petro, para eso están los columnistas conocedores de la política, los estadistas y los medios de comunicación serios, que estoy seguro se enfocan en tópicos realmente importantes.
La verdad no entiendo las razones de la crítica a Petro por ser incumplido sabiendo que él representa a un país, por ende, a los colombianos, y si algo tenemos los colombianos es que somos incumplidos. Nosotros decimos: “Ya voy llegando” cuando apenas estamos saliendo; “voy saliendo” cuando apenas nos estamos metiendo al baño.
En Colombia todo el mundo incumple, desde los políticos con sus promesas hasta los que instalan el internet. En la universidad teníamos la ley del cuarto. Una ley que estipula que, si los alumnos esperan al profesor por quince minutos, y este no llega, se pueden ir tranquilos. Que desilusión cuando el profesor aparecía en el minuto catorce con su sonrisa plena y abría el salón diciendo: “Disculpen, muchachos. Comencemos”.
Como olvidar las cinco mentiras paisas tan nuestras y tan reales: “El último y nos vamos”, “mañana le pago”, “no vuelvo a beber”, “la puntica no más” y “te amaré toda la vida”. ¿Lo ven? Incumplir está en nuestro ADN, por eso tenemos un presidente y unos políticos que nos representan a cabalidad.
Es más, premiamos a los incumplidos. Es común que digan que un evento empieza a las ocho, pero realmente inicia a las ocho y veinte. Decimos: “Esperemos, que hay gente que no ha llegado todavía”. Eso es premiar al incumplido. En cambio, al que llegó temprano lo castigamos con veinte minutos más. Tenemos introyectado como sociedad que somos incumplidos y nos programamos de acuerdo a eso: “Para qué llegar temprano, si todos van a llegar tarde”.
Colombia no es Alemania, ni Suiza. Tuve una amiga alemana cuando estaba en Inglaterra. Íbamos a jugar bolos con otros compañeros y yo siempre llegaba quince minutos tarde. Aparecía sonriendo y decía como si fuera una virtud: “Perdón, los latinos somos incumplidos”. “Los alemanes no”, me respondía seria. Entonces le propuse que en la próxima ocasión ella llegara a las 8:15 y así yo llegaría a tiempo. Sin embargo, para la próxima cita, como sabía que ella llegaría a esa hora, llegué a las 8:30. ¡Viva Colombia!
Soy colombiano, ergo, incumplido. Con los años he tratado de mejorar. Ahora tengo una motivación adicional porque corro el riesgo de que cuando llegue tarde, o no llegue a un compromiso me comiencen a decir: Ahí llegó Petro.