Por Nohra María López
En Medellín todos, aun los de más edad, nacimos con teléfono. Era el servicio más eficiente que había, y si por casualidad sufría un daño, uno llamaba a la empresa donde contestaba una telefonista muy educada que recibía la queja y al día siguiente con su acostumbrada eficiencia lo reparaban, era raro que estuviera dos o más días dañado. Y cómo admirábamos y queríamos nuestras Empresas de Servicios Públicos, que funcionaban como un relojito. Cuando nos llegó el móvil o celular fue un plus, para llevarlo donde uno fuera. Pero el fijo lo seguimos usando para los domicilios, las conversaciones largas con amigos y amigas y lo siguen usando muchas personas a las que las tecnologías nuevas no les gusta por el motivo que sea. Pero llega una empresa extranjera a manejar lo que ya estaba bien manejado y a inventar lo que ya está inventado y resuelve olímpicamente privarnos de ese indispensable servicio, sin dar un aviso y sin ninguna explicación. No se puede pedir un servicio de reparación porque no contestan al teléfono, la red de internet se cae constantemente y tampoco les importa. Qué les puede importar si total todos seguimos pagando. Se burlan de nosotros. Nos faltan al respeto. Como éramos de felices en Medellín, sin Tigo.