Por Rodrigo Álvarez Peláez
Cuando se tuvo conocimiento del coronavirus, en enero o febrero, era aceptable que la primera medida a tomar fuera el confinamiento de la población. No se sabía mucho de este virus y China estaba escondiendo la información. El sistema médico no estaba preparado; no había suficientes camas UCI y no se conocían tratamientos apropiados. Era necesario proteger a la población y en especial a los ancianos considerados los más vulnerables, mientras se tomaban medidas urgentes.
Pero hoy, junio, más de tres meses después, el país está en iguales condiciones. La población tiene estrés, temor, dudas, desespero físico, emocional y económico. El personal médico cada día más escaso y más desmotivado. El confinamiento, la cuarentena, el freno a la economía, el sacrificio de los mayores de edad, se justificaba si en ese espacio se hubieran solucionado las falencias del sistema. Pero no se hizo. Y no se puede permanecer confinados y con la economía cerrada y quebrada.
El Estado ya no tiene recursos y debe salir a endeudarse. Cuarenta millones de habitantes están en situación vulnerable. Diez millones de ellos en pobreza absoluta esperando las migajas del Estado.