Ni la pompa, ni los ceremoniales, ni las rabietas del ahora rey Carlos III. Tampoco los miles de ramos de flores y osos de peluche que los ingleses han depositado frente a los diferentes castillos y palacios de la familia real. Ni siquiera las 30 horas de fila que hacen multitudes venidas de todos los rincones del reino para poder pasar frente al féretro de Isabel II. Nada de eso se compara con una tradición muy particular que se cumplió hace unos días y que estuvo a cargo del apicultor real.
Siguiendo una costumbre que se remonta a los celtas, John Chapple, encargado de cuidar las abejas de la Corona, se acercó a los colmenares de Buckingham Palace y Clarence House para llevar a cabo un ritual supersticioso, pero no por ello menos bello. Tocó suavemente en cada colmena y en voz baja, casi susurrante, les informó a estos preciados insectos de la muerte de la reina y de que su nuevo amo sería, a partir de ahora, Carlos III. Colocó cintas negras en cada cajón e instó a las abejas a que fueran buenas con su nuevo señor.
Esta práctica, que se ha llevado a cabo en la Inglaterra rural durante siglos, pasó a distintos países europeos y luego llegó a Estados Unidos. Se creía que, de no hacerlo, vendrían otros males; por ejemplo, que las abejas dejaran el panal, que no volvieran a producir más miel o que murieran. Por eso se les comunicaba sobre todos los aspectos importantes de sus dueños: nacimientos, matrimonios e incluso largas ausencias debido a viajes.
Los celtas las consideraban el enlace entre el mundo terrenal y el espiritual, de ahí que les susurraran mensajes para los muertos. En la Edad Media eran altamente apreciadas por la miel y la cera, ya que servían de alimento, medicina y luz (las velas hechas con esta cera son más brillantes, duran más y son más limpias). Hay varios cuadros costumbristas, pintados a finales del siglo XIX, que muestran la práctica del “Telling the bees” o Contarles a las abejas, como se llama esta tradición.
Mucho hay todavía de consideración y aprecio por las abejas en el mundo. Y no es para menos si se tiene en cuenta que han ayudado a los seres humanos a sobrevivir. 70 de las 100 especies cultivadas que alimentan al 90 por ciento de la población mundial dependen de la polinización, así que sin ellas no existirían esas plantas ni los animales que se alimentan de estas. Se perdería el equilibrio en los ecosistemas y las consecuencias podrían ser realmente catastróficas. Por eso es tan preocupante que casi la mitad de las abejas esté amenazada por el cambio climático, el uso de los suelos o las especies invasoras.
De manera que ese rito que cumplió el apicultor real no es una excentricidad más de la Casa Real por antonomasia, sino más bien un gesto significativo, delicado y respetuoso que resalta la conexión profunda que existe entre las personas y estos insectos