Hoy el Evangelio presenta una parábola que contrapone dos actitudes: la arrogancia y la humildad (Lucas 18, 9-14). Para la secta de los fariseos (término proveniente del hebreo que significa separados, incontaminados) lo que hacía válida la conducta humana ante Dios era la práctica de unos ritos externos por la cual se creían santos despreciando con su prepotencia a los publicanos o recaudadores de los impuestos del imperio romano que además solían obtener ganancias deshonestas.
La pretendida acción de gracias del fariseo (“te doy gracias porque no soy como los demás”) es falsa, porque se atribuye a sí mismo todo el mérito de su conducta. El publicano, en cambio, quedándose atrás postrado, reconoce su propia condición realizando un acto de contrición...