La escala de la pandemia de coronavirus y los cierres económicos que causó pusieron en marcha una serie de debates y preguntas sobre cómo sería el mundo una vez que afloje su dominio en la sociedad: ¿viajaremos menos? ¿Trabajaremos más en casa? ¿Se cambiarán las normas en las escuelas y en eventos públicos a gran escala durante años?
Menos notado, pero igual de importante, es el potencial de que el coronavirus pueda ser un catalizador para reformar el orden económico global. Un debate sobre los fracasos de la economía global ya había comenzado antes de la pandemia, nacido de la sensación de que el capitalismo y las corporaciones se habían convertido en parásitos en el planeta.
A raíz de la pandemia, los países ricos del mundo deberían hacer algo más que esperar a que las corporaciones cambien. Tienen que revisar sus políticas monetarias, las formas de inversión privada que incentivan y las actitudes de su aplicación antimonopolio.
Hasta ahora, la política monetaria ha recompensado a los propietarios de activos financieros sobre aquellos que tienen acciones en activos reales como tierra, fábricas y mano de obra. Esto se debe a que los bancos centrales más poderosos del mundo han priorizado el control de la inflación por encima de la expansión de la capacidad industrial y el empleo en lo que se llama la “economía real”.
Este status quo en la banca central, que ha sido dominante durante cuatro décadas, ha alentado a las corporaciones, especialmente a las empresas más grandes que cotizan en la bolsa, a centrarse en las ganancias financieras a corto plazo y en los precios de las acciones a expensas de buscar inversiones a más largo plazo que cosecharán mayores recompensas ampliamente compartidas. La acumulación de las ganancias de aquellos que ya poseen mucho capital ha resultado en la arraigada desigualdad de ingresos y los salarios estancados que lamentan los ciudadanos en docenas de países.
La Reserva Federal de EE. UU. (Fed), podría establecer nuevas políticas que hagan que una tasa de desempleo muy baja, o una tasa de subempleo más agresiva, sea el nuevo desencadenante para optar si decide estimular o golpear los recortes financieros en la economía. Este cambio evitaría el riesgo de deprimir los salarios y sería útil para los grupos de la fuerza laboral que son discriminados. Y, lo que es más importante, recompensaría a las empresas por inversiones a largo plazo que promuevan un crecimiento económico real.
Para que los mercados financieros sean motivados a priorizar la inversión real y productiva, los gobiernos pueden empezar a imponer mayores impuestos sobre pagos de dividendos a grandes inversionistas de empresas grandes y juntarlo con reducciones de impuestos en inversiones a largo plazo.
Los inversionistas –que por años observaron un panorama de crecimiento global entre lento y moderado– han estado buscando retornos financieros rápidos en lugar de inversiones productivas, pero a veces arriesgadas, a largo plazo.
También necesitamos abordar la concentración del poder corporativo. Para reformar la arquitectura económica global prevaleciente, los principales gobiernos del mundo deberán abordar el hecho de que muchos sectores (aerolíneas, banca, tecnología) se han convertido en oligopolios dominados por unas pocas corporaciones multinacionales. Estos mercados al estilo de la Edad Dorada, reducen la competencia y concentran el poder de fijación de precios de corporaciones grandes y bien conectadas.
Se han hecho llamamientos para disolver las empresas tecnológicas o para limitar su escala y tendencias monopolísticas. Sin embargo, docenas de reguladores nacionales se enfrentan a corporaciones globales que pueden usar sus múltiples bases para evadir las reglas que les son inconvenientes. Por lo tanto, será necesaria la cooperación reguladora internacional para controlar el poder cada vez más ilimitado de estos gigantes multinacionales.
En un momento en que muchos gobiernos parecen dirigidos por el nacionalismo, es difícil imaginar una cooperación transfronteriza efectiva. Sin embargo, las hazañas de cooperación global del pasado, como el sistema de Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial, ofrecen ejemplos de líderes que se enfrentan al reto, incluso en medio de desafíos formidables.
La pandemia no sólo nos está brindando una oportunidad para reconsiderar cómo vivir y trabajar mejor. También nos la está dando para reconsiderar la forma en que operan las estructuras mismas de la economía mundial