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¿Y Colombia? Aquí se administra la escasez como si fuera una herencia eterna. Se legisla sobre el ciudadano como si fuera incapaz. Se defiende la pobreza como si fuera identidad cultural.
Por Cristian Halaby Fernández - opinion@elcolombiano.com.co
Algunos piensan que hablar de interoperabilidad estatal, trámites digitales o eficiencia administrativa es evadir la política. Que diseñar instituciones que funcionen es neutro. Pero cada decisión sobre cómo opera el Estado revela una ideología. Y ciudadanizarlo no es una omisión: es una afirmación.
Nuestra concepción de País S.A. parte de una convicción: el valor lo genera el ciudadano, no la estructura que lo rodea. Rediseñar el Estado para que el talento avance sin pedir permiso no es técnico ni empresarial. Es profundamente político.
Los países que progresaron lo hicieron reorganizando el poder. China no se volvió potencia por insistir en el dogma comunista, sino cuando Deng Xiaoping abrazó el mercado con obsesión productiva. Estonia no digitalizó su institucionalidad por fe ideológica, sino por apostar a que un Estado más confiable eleva la capacidad del ciudadano. Irlanda, desde la pobreza de los 70, decidió bajar impuestos, atraer inversión, formar talento, pactar entre sectores y liberar productividad. Hoy lidera ingresos per cápita y compite en innovación.
Ninguno vendió neutralidad. Todos reformaron su Estado desde una idea clara: generar condiciones para que el ciudadano produzca sin obstáculos.
¿Y Colombia? Aquí se administra la escasez como si fuera una herencia eterna. Se legisla sobre el ciudadano como si fuera incapaz. Se defiende la pobreza como si fuera identidad cultural. Se reparten subsidios como estrategia electoral. Pero no se confía en el que crea valor.
Debemos proponer algo distinto. No desde la consigna, sino desde el rediseño:
– Un Estado que habilita, no que controla.
– Una política que distribuye poder, no favores.
– Una institucionalidad que premia al que produce, no al que espera.
No hay neutralidad en esto. Hay ideología. Pero una que se expresa en resultados, no en eslóganes.
Porque la ideología que funciona no es la que grita.
Es la que produce.