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Cuando la ostentación desplaza a la sutileza

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Por Lina María Múnera G.

muneralina66@gmail.com

Vivimos tiempos de obviedades en los que no hay espacio para la sutileza. A veces pareciera que lo kitsch, esa estética pretenciosa y de gusto dudoso, presente por ejemplo en cada casino y hotel de Las Vegas, impregnara muchos de los rincones hacia donde miramos. Entre el estilo Kardashian, que incluye boquitas de silicona y curvas recauchutadas, el bling-bling del mundo del Hip-Hop, que se extiende más allá de las fronteras musicales, y el desespero arribista que cunde entre tantos influencers por mostrar los logos de las marcas de lujo, emerge con poderío la ostentosa Dubai.

Capital de uno de los siete emiratos que conforman Emiratos Árabes Unidos, esta ciudad del desierto, enriquecida a punta de petróleo y turismo, y paraíso de quien no sabe ya en qué gastar el dinero, rompe periódicamente toda clase de récords que son la antítesis de la mesura. Sin ir más lejos, este mes de julio ha inaugurado el Deep Dive, la piscina para bucear más profunda del mundo, que tiene 14 millones de litros de agua, 60 metros para sumergirse y 12 cámaras hiperbáricas por si algo saliera mal. Su mayor atractivo: bucear por entre apartamentos de una ciudad sumergida para jugar futbolín y maquinitas, pero con la extraña particularidad de que no hay vida marina de ninguna clase.

Se suma esta novedad a todo lo “más grande del mundo” que tiene Dubai: las islas artificiales, la pista de nieve techada, el centro comercial, el larguísimo metro sin conductor, la fuente con el espectáculo de agua danzante, el edificio más alto y el más lujoso. Y así como se encuentra un hotel de 7 estrellas, hay cajeros que en lugar de dinero entregan lingotes de oro, policías que ejercen su labor en vehículos Bugatti o Lamborghini y carreras de camellos cuyos jinetes son robots en lugar de personas de carne y hueso. Aquí hay más de 300 tiendas para mercadear oro y 30 mil grúas que facilitan la construcción imparable de este mundo artificial del lujo y el dinero.

Por supuesto que cada quien es libre de tener el gusto que quiera y de gastar su dinero como mejor le plazca. Y lo que para unos es derroche para otros es símbolo de éxito y estatus. Todo es cuestión de perspectiva. Pero sí cabe preguntarse qué clase de humanos surgen de tanta artificiosidad. Recordar una frase de Marco Aurelio en este punto puede parecer totalmente absurdo y carente de sentido, pero aquí va: el objeto de la vida no es estar en el lado de la mayoría, sino escapar de formar parte de los insensatos

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