Si no fuera porque los conozco diría que mi tío, el padre Nicanor, y la sobrina Mariengracia habían estado peleando. O al menos, enzarzados en una de esas frecuentes esgrimas de cantaleta que se dan entre personas que conviven en la misma casa. Estaban ahí, sentados el uno frente al otro con cierto aire de indiferencia, pero se respiraba ese desasosegante silencio que sigue a las ventiscas familiares.
Siguiendo un consejo recibido alguna vez del mismo padre, opté por el “no meneallo”: “No alborotes el avispero, muchacho, que sales picado”. Fue él quien rompió fuegos después de que la sobrina, tras habernos traído el tintico, se encerró en la cocina con portazo incluido.
-Tiene razón Mariengracia en enfurruscarse con el desorden que, dice ella,...