Querido Gabriel,
Algo tienen en común ir al trabajo, votar, matricular a una hija en el colegio, ir de compras, pedir un crédito, caminar por las calles, tomar un avión y enamorarse. Existe un elemento que comparten todas las relaciones humanas e institucionales. Un hilo sutil que nos conecta, reconoce nuestra interdependencia y reafirma nuestra condición de seres sociales. La confianza es a las sociedades lo que el colágeno a la biología: la sustancia invisible que nos mantiene unidos. ¿Hablamos sobre ella?, ¿la tratamos de comprender y pensamos en cómo cultivarla?
Podríamos comenzar por reconocer que necesitamos de la confianza para sobrevivir y florecer. La humanidad no es exitosa como especie por ser biológicamente superior. Como individuos, además, no somos mucho más inteligentes que otros seres vivos. Cuando cooperamos, sin embargo, somos insuperables. A tribus, naciones, familias y organizaciones las sostiene la confianza como a los edificios los cimientos. Sin el presupuesto de que los otros harán lo que esperamos, lo que prometen, nuestras relaciones se desmoronan.
“Confiar es el acto deliberado de dejar parte de mi bienestar en manos de otro”, explica Adolfo Eslava, decano de humanidades de Eafit. Diariamente delegamos porciones de nuestra vida en políticos, empresas, vecinos y familiares. Al delegar, desnudamos nuestra vulnerabilidad, nuestra insuficiencia, y de allí a la percepción del riesgo y al miedo hay apenas un paso. Confiar, en consecuencia, asusta. Por eso, ver correspondida esa confianza es un bálsamo para el alma, una sanación, un encuentro con lo divino que hay en cada ser humano, como en ese poema de Samuel Vásquez que cita Oswaldo, de la cooperativa Confiar: “¿Qué busca el ciego con su bastón? / No busca el camino porque para él todo es camino. Busca al otro”.
¿Qué hacer ante las rupturas sociales en un país como el nuestro, con uno de los más bajos índices de confianza del mundo? Si el origen de la confianza es la vulnerabilidad, es absolutamente necesario sembrar emociones que nos permitan superar el miedo, sanar las heridas de la confianza traicionada, como promover la compasión, alentar acciones de cuidado y celebrar manifestaciones de respeto. Eslava recuerda también a Sennet quien, en su libro Juntos dice que, ante las relaciones rotas, debemos emprender un proceso de restaurar, rehabilitar y reconfigurar. “Donde he perdido algo, piso con más cautela”, escribió Emily Dickinson.
Pensemos en la confianza como hortelanos, no como charlatanes. ¿Has visto que los buenos jardineros enfocan su atención y sus intenciones, son consistentes, están presentes de cuerpo y alma, y le dan cariño a todas sus plantas? Vivir como en un jardín, no en un campo de batalla. Dejar de ser boxeadores con afán de ganar por knock out. En lugar de una búsqueda loca de seguidores, likes y retuits, pensemos en la lenta y paciente siembra de conexiones espirituales, de esas que solamente pretende quien reconoce los procesos naturales.
¿Qué hacer ante el populismo y la polarización, ante la violencia con el verbo y con las armas? Continuar sembrando confianza, desde nuestro corazón, con el colega y el vecino, con el cliente y el amigo, con el amado y, sobre todo, con el temido y el odiado. Restaurar con humildad lo que rompimos; rehabilitar como se rehabilita una pierna rota: usándola; reconfigurarnos, rearmarnos desde lo que somos y tenemos, para retomar el camino. Comencemos un movimiento de confianza mutua, sin ambiciones pero con ideales, inspirado en esta frase de Frank Herbert, en Duna: “El sauce se rinde ante el viento y prospera hasta que un día son muchos sauces, una muralla contra el viento”.
* Director de Comfama