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La Parábola de San Miguel

hace 4 horas
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  • La Parábola de San Miguel

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

“Amor no quita conocimiento”, dice el refrán. En el Valle de Aburrá podríamos invertirlo: el desconocimiento no quita amor. Amamos nuestra región, la defendemos con orgullo, pero la conocemos poco. Son contados quienes saben el nombre de la quebrada que pasa frente a su casa, cuántas recorren su municipio o dónde nace el río que lo atraviesa.

Una de esas joyas poco conocidas es el Alto de San Miguel, en Caldas. Allí, en la confluencia de cinco quebradas, comienza a tomar forma el río Aburrá —al que llamamos Medellín— que cruza el valle de sur a norte. No es un nacimiento común, sino un encuentro de aguas, montañas y biodiversidad en un entorno privilegiado, el verdadero corazón natural de la metrópoli. Nace de la unión: solo al juntarse esas quebradas empieza a existir.

El Alto de San Miguel es mucho más que paisaje. Sus bosques concentran el 16 % de la biodiversidad nacional y son refugio de aves, mamíferos, reptiles, anfibios e insectos, varias especies endémicas, o sea nativas, únicas, nuestras. Allí habitan cuatro de los seis felinos registrados en Colombia, prueba de su riqueza ecológica y de la urgencia de protegerlo. Es un territorio sagrado, pues asegura el agua y la vida de millones. En él se hacen visibles las dos esencias del Aburrá: montañas y agua, fuerzas que nos dan identidad.

El desaparecido Instituto Mi Río encendió la chispa de su recuperación. En 1993 Medellín adquirió más de 800 hectáreas en esta zona y hoy posee cerca del 60 % de la Reserva Forestal Protectora Regional Alto de San Miguel, que suma 1.600. Desde entonces, guardabosques y comunidades —en especial la vereda La Clara— han custodiado este patrimonio. Gracias a ellos y a programas de reforestación, el alto comenzó a recuperarse de la tala y el pastoreo intensivo que, hace tres décadas, arrasaron montañas y secaron quebradas.

Pero no todo es esperanza. Cada fin de semana llegan visitantes que dejan basura, lavan carros en las quebradas o abren trochas sin control. Más grave es la indiferencia institucional: ni el Área Metropolitana ni Corantioquia destinan recursos suficientes. ¿Cómo entender que la cuna de nuestro río no sea una prioridad? Debería dolernos ver su origen convertido en basurero.

De los guardabosques aprendí una lección reveladora: el río Aburrá no nace, se conforma. Surge de la suma de afluentes que se encuentran en San Miguel. Esa imagen es también parábola de Medellín. Nuestra ciudad no brotó de un acto único ni de un personaje iluminado, sino del aporte de miles de mujeres y hombres, de múltiples fuerzas que confluyen y le otorgan sentido. El cuidado sigue en manos de los guardabosques de La Clara, herederos de un conocimiento que no debe perderse.

Por eso debemos cuidar tanto el río como la ciudad. Así como la deforestación seca las quebradas, los discursos de odio y división enturbian la convivencia. Medellín necesita proteger sus fuentes: las de agua y las de humanidad. Hoy también hay discursos que deforestan: dividen y ensucian la corriente común que nos sostiene. Porque, así como las quebradas se unen para ser río, nosotros solo existimos en la unión. Cada persona importa, cada gesto cuenta, cada vida sostiene la corriente. Solo si nos cuidamos unos a otros podremos fluir como un solo cauce, limpio y vigoroso, hacia el futuro.

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