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El retroceso de la democracia

hace 11 horas
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  • El retroceso de la democracia

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

Vivimos una época inquietante. El mundo asiste a un retroceso democrático que amenaza a los Estados. Cada vez más países abandonan los valores que dieron origen a la segunda mitad del siglo XX —respeto por los derechos humanos, multilateralismo, contrapesos institucionales— para abrazar liderazgos populistas que prometen respuestas rápidas a problemas complejos. Trump en Estados Unidos, Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, Putin en Rusia o Netanyahu en Israel son apenas algunos ejemplos de una tendencia que avanza como marea.

La raíz de este fenómeno no es difícil de rastrear: la gente se cansó de la política tradicional. Durante años, partidos convencionales se mostraron incapaces de dar soluciones reales a la desigualdad, la corrupción y el deterioro de la confianza ciudadana. Millones sienten que la globalización los dejó atrás, que sus empleos desaparecieron o que el progreso económico nunca llegó a sus bolsillos. En ese caldo de cultivo florecen los populistas, con un discurso seductor: frases simples, enemigos claros, promesas de restaurar lo que está roto.

Las redes sociales y el ecosistema digital han amplificado este efecto. En lugar de propiciar el debate informado, muchas veces se convierten en autopistas para la desinformación y las teorías de conspiración. Los líderes populistas saben explotarlas: hablan directo a sus seguidores, evaden a la prensa independiente, crean burbujas donde su narrativa es la única válida y siembran un ambiente de polarización. El costo es devastador: la erosión del pensamiento crítico y la pérdida de confianza en las instituciones.

Su retórica es predecible, pero efectiva: el “nosotros contra ellos”. Los “ellos” pueden ser migrantes, minorías, opositores políticos, jueces, periodistas o incluso potencias extranjeras. La estrategia es siempre la misma: fabricar un enemigo que amenace la identidad del pueblo, convertir a los seguidores en víctimas de esa amenaza y, desde ahí, justificar políticas autoritarias, ataques a los tratados internacionales y un desprecio creciente por el multilateralismo.

Las consecuencias de este retroceso democrático ya son evidentes: menos libertad de prensa, mayor persecución a la oposición, debilitamiento de las cortes y parlamentos, retrocesos en derechos humanos y un aumento en los conflictos internacionales. El populismo no solo erosiona las democracias desde adentro, también mina la cooperación global. Mientras el planeta exige respuestas conjuntas al cambio climático, a las pandemias o a las migraciones, estos liderazgos cierran puertas, desacreditan organismos internacionales y siembran el caos.

Y Colombia no es ajena a esta ola. Nuestra polarización extrema entre petristas y uribistas ha importado muchos de los vicios del populismo autoritario: la desconfianza en las instituciones, la demonización del adversario, el irrespeto a la prensa libre y la peligrosa idea de que la Constitución debe adaptarse a los deseos del líder de turno.

La defensa de la democracia exige mucho más que votar cada cuatro años. Requiere fortalecer instituciones, educar ciudadanos críticos y valorar la política seria, la que no ofrece milagros sino soluciones complejas y progresivas. El populismo puede ser tentador, pero como toda solución fácil a un problema complejo, termina costándonos mucho más caro de lo que promete.

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