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Los gobernadores, ficha esencial en un país federal, toman nota de la impopularidad de la Casa Rosada y le hacen aún más difícil cualquier negociación.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
El gobierno de Javier Milei pasa por su momento más oscuro. La reciente derrota en las votaciones para legisladores de la provincia de Buenos Aires —un proceso de mediano peso nacional, pero que él se empeñó en convertir en un referendo sobre su mandato— lo dejó con poco aire político justo en momentos en los que necesita capacidad de negociación para profundizar su plan de austeridad extrema. La Libertad Avanza, el partido de Milei, quedó rezagado casi 14 puntos respecto al peronismo, en un varapalo que ni el más entusiasmado de sus opositores imaginó. “Hoy hemos tenido una derrota clara”, dijo el mandatario en una autocrítica muy poco frecuente en él. En seguida, al retomar su típico estilo pendenciero, insistió: “pero el rumbo no se va a modificar. Se va a redoblar”.
El problema para él es que su mandato tomó tracción hacia el descenso. La provincia de Buenos Aires, que votó masivamente en su contra, representa el 40 por ciento del padrón electoral nacional y ese rechazo pone en evidencia su dificultad para conectar con una población empobrecida que está con el agua al cuello por las políticas de ajuste. Los gobernadores, ficha esencial en un país federal, toman nota de la impopularidad creciente de la Casa Rosada y le hacen aún más difícil cualquier negociación. El legislativo, igual.
Argentina sufre desde hace décadas por los malos manejos de sus dirigentes y una corrupción inserta en lo más profundo del Estado. Milei se ofreció como un mesías, altanero y demagogo, que pondría orden a una economía en crisis. Con la motosierra pretendía desguazar el Estado y entregarle al libre mercado el orden social. Durante dos años, una parte de los argentinos aceptaron la propuesta de apretarse el cinturón y conseguir varios empleos para llegar a fin de mes: sustentaban su paciencia en la idea de un presidente que insistía en limpiar la casa. Ese relato colapsó cuando estallaron los escándalos de corrupción que involucran a su círculo más cercano.
En febrero pasado inició la debacle. Milei promocionó en su red social la criptomoneda $LIBRA que estafó, en cuestión de minutos, a cerca de 40 mil personas. Unos pocos se llevaron más de 260 millones de dólares con el timo. Luego se filtraron audios que revelaban cómo su gente de confianza negociaba acuerdos por debajo de la mesa. La última denuncia, y quizá el golpe más duro para el presidente, involucra a su hermana Karina —El Jefe, como la llama él— en una red de sobornos en la compra de medicamentos para personas con discapacidad. Los argentinos tuvieron suficiente.
Días antes de las votaciones, Javier Milei insistía en que el pueblo aún estaba con él y salió a hacer campaña para impulsar a sus candidatos. Lo recibieron a pedradas. No se puede aguantar hambre por los brutales ajustes de un gobierno que prometió “borrar a la casta política” y ahora está rodeado de denuncias de enriquecimientos ilícitos.