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En un país donde la narrativa juvenil solía asociarse con causas como la diversidad, el ambientalismo o los derechos civiles, hoy son Milei o Bukele quienes marcan tendencia entre sectores jóvenes.
Por David Yanovich - opinion@elcolombiano.com.co
No es raro pensar que en América Latina, sobre todo en las épocas más recientes, las juventudes han tenido una tendencia de militar más con las ideas de la izquierda que de la derecha en política. Temas como la inclusión, la diversidad, la desigualdad, entre muchos otros, han encontrado arraigo en estas generaciones más jóvenes.
Sin embargo, hoy los datos —y la realidad política— están contando una historia distinta. La derecha ha logrado seducir a una porción creciente de jóvenes que, lejos de identificarse con discursos de inclusión o justicia social, ahora corean consignas de libertad económica, castigo al crimen y mano dura contra a inseguridad. Esto es resultado, en buena medida, de los estruendosos fracasos de muchos de los gobiernos de izquierda de la región que, en lugar de resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía, se han quedado en discursos vacíos y en falta de gestión.
En un artículo de El Tiempo publicado el pasado domingo se da cuenta de este fenómeno. Según el diario, en Latinoamérica, desde 2016, ya se mostraba una inclinación del electorado hacia el centro-derecha. Pero el punto de quiebre más reciente está en Colombia: según el Estudio de Percepción de Jóvenes, el porcentaje que se identifican con la derecha saltó del 7 % al 37 % entre 2021 y 2023.
El cambio no es menor. En un país donde la narrativa juvenil solía asociarse con causas como la diversidad, el ambientalismo o los derechos civiles, hoy son Milei o Bukele quienes marcan tendencia entre sectores jóvenes.
¿Qué está pasando? En parte, esto es una respuesta al desgaste de la izquierda tradicional. Un progresismo atrapado entre su dogma y su ineficiencia, que promete, pero no transforma, que habla bonito, pero no resuelve, ha perdido conexión con una generación que exige resultados, no retórica. Y este mediocre, incompetente y perverso gobierno sigue empujando causas que no resuelven el día a día ni de los jóvenes ni de nadie. Basta ver solamente el deterioro en la seguridad, en la salud, en la infraestructura, en lo fiscal... En fin, donde uno mire, solo retroceso. Y ya hasta la juventud, uno de los bastiones electorales de la izquierda, se cansó.
Sin embargo, no hay evidencia de que esta derechización sea el resultado de un cambio de ideología. Parece ser más emocional que racional. Lo que hay es una rebelión contra el sistema, contra la élite política tradicional, contra un Estado que no cumple. Y si la única alternativa que se presenta con fuerza es la derecha, hacia allá se irá el péndulo.
Las juventudes, como muchos otros, se cansaron del progresismo moderno y sus luchas utópicas que no resuelven nada. Mientras el centro y la izquierda siguen atrapados en debates abstractos, el joven promedio enfrenta inseguridad, desempleo y falta de oportunidades, y la centro-derecha seguirá ganando adeptos.
Como suele ocurrir en Colombia, el problema no es el diagnóstico, es la acción. La juventud está buscando un proyecto que funcione. Si no lo encuentra donde solía, lo buscará —y lo celebrará— en otra parte.