“Vos te metés unos cuentos que hasta vos mismo te los creés, Gustavo. ¿El país acaso es bobo?, ¿vos creés que la gente es boba? Claro que defendiste a Márquez y a Santrich, sabían que ellos seguían en el negocio del narcotráfico, el país lo sabe”, le dijo Federico Gutiérrez a Gustavo Petro durante un debate el día después de las elecciones para las coaliciones.
Nada que refutar, una aclaración contundente sobre la necesidad de hablar con la verdad.
Sin embargo, algunos medios de comunicación llevaron la frase a la tiradera, como dirían los reguetoneros. “Federico ataca a Petro”, como si se tratara de una bravuconada con tono paisa.
Mal. Ese es el problema de institucionalizar la discusión de toma y dame.
Todo lo contrario, la discusión debe estar puesta sobre la validez de las propuestas de los candidatos y, cuando digo validez, se necesita empezar por equilibrar el terreno, haciendo a un lado el cuenterismo resultante de tantas ocurrencias.
Por favor, anote esa palabra: Ocurrencias.
El “vos te metés unos cuentos que hasta vos mismo te los creés, Gustavo”, significa, sin darle muchas vueltas: No vender lo imposible, lo acomodado y, sobre todo, lo tendencioso, porque nada más peligroso que la boca de un político en modo dialéctica camaleónica.
¿Recuerda la palabra ocurrencias?
El exrector de la Universidad Nacional Moisés Wasserman la explica con simpleza: Algo que sale de la boca del estómago, un gut feeling, que no encuentra soporte teórico ni racional.
Eso es lo que pasa con Petro y su maremágnum retórico, que se engrosa con estadísticas cocinadas en un sombrero de mago, que funcionan muy bien al juntarlas con datos históricos con tono anecdótico e interpretaciones acomodaticias de conceptos, leyes y significados de palabras, en fin.
Un juego propio de posverdades.
Ejemplos sobran. Un tren eléctrico elevado entre dos puntos del país distanciados por unos mil doscientos kilómetros, como si viviéramos en Futurama; una propuesta expropiadora de tierras hecha eufemismo con el verbo “democratizar”; una emisión de billetes en contravía de las reglas para el control inflacionario, y ni hablemos de la propuesta de nacionalización de los ahorros voluntarios para pensiones bajo el argumento de que son dineros públicos para el usufructo de los bancos y las AFP. La lista sigue...
Propuestas así obligan a desmentir de frente esas ocurrencias y esos cuentos, porque el común de la gente los recibe con el fragor de la emocionalidad que trae esa batalla que se creó contra los de centro y de derecha, contra los mismos de siempre, los del establecimiento. Eso sí es hacer daño.
Poner a los colombianos como instrumentos electorales, desestimando la obligación de brindarles ideas estructuradas y factibles sobre temas altamente sensibles y vitales, es perder el sentido común.
Un sentido común que proteja a la democracia