La historia demuestra que hay ocasiones en las que el enemigo se convierte en un poderoso aliado. En este caso, el cambio climático, ese ogro que devora el mundo convertido en calor asfixiante o inundación, se ha transformado en la razón por la que cientos de urbes han tomado la decisión de sacar a la luz los ríos que habían enterrado para que las ciudades crecieran. De Londres a São Paulo, de Okland a Viena y de Moscú a Nueva York, todas las capitales se han embarcado en proyectos para que los cuerpos de agua vuelvan a salir a la superficie y hagan parte de la vida en la ciudad.
La última en aprobar un proyecto de esta envergadura es París, que va a desenterrar el río Bièvre, que serpenteaba por la parte sur de la ciudad hasta llegar al Sena, a principios del siglo XX. A consecuencia de la Revolución Industrial, el río, según algunos medios de la época, “corría lento, aceitoso y negro, lleno de ácidos y manchado por pústulas jabonosas putrefactas”. Solución: lo taparon en 1912.
Ahora París se asfixia cada verano, su temperatura ha subido más de dos grados centígrados respecto a la era preindustrial y en el invierno muchos barrios se inundan a causa del cambio climático. Así que la mejor herramienta que han encontrado para ayudar a solucionar estos problemas es volver a sacar a la superficie al Bièvre. Por un lado, para que sus aguas absorban el calor del aire y, al evaporarse, refresquen y, por el otro, para mitigar las inundaciones dándole un espacio al exceso de agua.
Lo mismo hace Manchester con el Medlock que había cubierto hace cincuenta años; Nueva York con el Tibbetts, que pasa por el Bronx; Moscú con el Neglinka y Viena con el Wein. Y quienes no tienen ahora el presupuesto millonario que esto implica se han ideado experiencias para que el ciudadano recuerde lo que está bajo sus pies y entienda la dinámica de la ciudad. Cidade Azul en São Paulo o Ghost Arroyos en San Francisco pintan el recorrido de los ríos subterráneos en el suelo y ponen parlantes con el sonido del agua corriendo.
¿Paradójico? Un poco. Porque lo que sultanes y visires descubrieron hace muchos años, la llamada arquitectura del agua, quedó olvidado en pos del “desarrollo”. Y ahora, siglos después, nos hemos dado cuenta del error. Parece que vamos entendiendo que la lucha no era del hombre contra la naturaleza, sino con ella como aliada, pero en nuestra torpeza habitual hemos tenido que llegar a situaciones extremas para comprenderlo.
El 14 de marzo se celebra el día internacional de la Acción por los Ríos. Y aquí queda un dato: cada día se arrojan al agua dos millones de toneladas de aguas residuales y deshechos de la industria y la agricultura. Sí, cada día. ¿Vamos a seguir tapando ríos como los gatos en su arenera o les vamos a dar una nueva oportunidad aprovechando el empujón del cambio climático?