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Amalia Londoño Duque
Columnista

Amalia Londoño Duque

Publicado

Despedir a un escritor

$Creditonota

Cuando Almudena Grandes murió, hace poco más de un año, sus lectores se reunieron para despedirla y alzaron sus libros cuando la iban a enterrar.

Me sorprendió ver a la gente ahí, levantando los libros que ella había escrito como enviándole un mensaje, como si la conocieran. Y es que leer da un poco la sensación de que conocemos al autor, así sea ficción. Genera o crea cierta intimidad, es un vínculo importante.

El domingo murió Javier Marías.

La noticia me sorprendió porque leía cada quince días sus columnas y siempre esperé un discurso de él ganándose el Nobel, pero como dijo en Twitter Pérez Reverte: “Que Javier Marías haya muerto sin el premio Nobel le quita mucha categoría al premio Nobel”.

Pensé, aprovechando que en Medellín estamos en Fiesta del Libro, que esta columna podría ser una recomendación. Y por eso fui a los libros de Marías que había leído, para rescatar algo de lo que en algún momento subrayé e intentar animarlos a conocer al mejor novelista de su generación, el más brillante.

Encontré algo que había señalado en Tu rostro mañana. Decía Marías: “Tendemos a desconfiar increíblemente de nuestras percepciones cuando ya son pasado y no se ven confirmadas ni ratificadas desde fuera por nadie, renegamos de nuestra memoria a veces y acabamos por contarnos inexactas versiones de lo que presenciamos”. Y proseguía en su explicación: “No nos fiamos como testigos ni de nosotros mismos, sometemos todo a traducciones, las hacemos de nuestros nítidos actos y no siempre son fieles, para que así los actos empiecen a ser borrosos, y al final nos entregamos y damos a la interpretación perpetua, hasta de lo que nos consta y sabemos a ciencia cierta”. Para concluir de manera precisa, con su mirada siempre aguda, pero dejando espacio al diálogo: “quizá es que no soportamos las certezas apenas, ni siquiera las que nos convienen y reconfortan, no digamos las que nos desagradan o cuestionan, o duelen, nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su lanza y su fiebre”.

Como si se tratara de un anuncio premonitorio, hace un mes tal vez, Marías escribió en su columna de El País de España: “Estoy cansado, no de los lectores sino de mí mismo, tras cinco décadas de repetición, del mismo modo que me he aburrido de hablar de mis libros, están ahí y ya está. Mis entrevistas serán —ya son— escasas. Mis apariciones públicas están casi terminadas. Desde la infancia detesté ser fotografiado, no digamos filmado; de eso tampoco habrá más —hay imágenes de sobra— tras tantísimos años de someterme a sesiones durante las que uno solo sabe poner cara de palo. Y si estas decisiones pueden parecer arrogantes o desdeñosas, les aseguro que no lo son. Al contrario, guardo gratitud infinita a todos mis pacientes lectores”.

Lo releo y pienso, ojalá en Madrid y en todo el mundo (sus obras fueron traducidas a 46 idiomas) seamos muchos los que abracemos sus libros para despedirlo 

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