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El eco del vacío: Cuando el pueblo abandona a sus tiranos

El abandono no es un instantáneo, sino gradual. La voz convocante del mandatario pierde su fuerza, la van desconociendo. La realidad es que el pueblo, al final, siempre recupera su dignidad y su voz.

29 de mayo de 2025
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  • El eco del vacío: Cuando el pueblo abandona a sus tiranos

Por Diego Santos - @diegoasantos

La historia, implacable maestra, nos enseña una lección recurrente: el poder, cuando se corrompe con la mentira, los ataques y la ausencia de ética, es una llama que siempre consume a quien la enciende. Aquellos gobernantes que prometen la belleza, que enarbolan banderas de cambio y vida, pero que en su ejercicio se despojan de toda moral y abrazan la tiranía, están condenados a un final solitario, abandonados por ese mismo pueblo que alguna vez los encumbró.

El engaño suele ser muy efectivo al comienzo. Un líder carismático, con promesas grandilocuentes y un discurso populista, seduce a las masas. Éste se presenta como el salvador, el único capaz de solventar los problemas del país, de combatir la corrupción (mientras la practica en secreto), de traer prosperidad (que solo llega a sus allegados). La mentira es su herramienta más afilada, la mezcla perfecta para ocultar sus verdaderas intenciones. El pueblo, en su esperanza y a veces desesperación, cree, confía y aplaude.

Pero la verdad es una semilla que, aunque se entierre, siempre germina. Las promesas incumplidas se acumulan, y la violencia y la corrupción se hacen evidentes. Lo que antes eran discursos encendidos, pasan luego a amenazas veladas o directas. La antidemocracia se instala como un cáncer, carcomiendo las instituciones, anulando la voz del ciudadano, persiguiendo a quienes se atreven a pensar diferente. Las elecciones se vuelven farsas, los derechos se pisotean, y la libertad se convierte en un recuerdo lejano.

En este punto, la falta de ética y moral se vuelve palpable. El gobernante y su séquito se enriquecen descaradamente, mientras el pueblo sufre penurias. Promulgan leyes mientras ellos mismos las incumplen. La justicia, para los de ruana, aunque un tal Amaya siempre se salva. La línea entre lo correcto y lo incorrecto desaparece. Y así van pasando los días, el tirano agarra fuerza hasta que...

Hasta que el hilo que une al gobernante con su pueblo comienza a deshilacharse. La paciencia se agota, la fe se desvanece y la desilusión se convierte en rabia. El amor y la admiración iniciales se transforman en un profundo descontento. Las calles que antes se llenaban de vítores, ahora lucen vacías ante el llamado del sátrapa. El silencio ensordecedor de la desaprobación se convierte en un implacable veredicto.

El abandono no es un instantáneo, sino gradual. La voz convocante del mandatario pierde su fuerza, la van desconociendo. La realidad es que el pueblo, al final, siempre recupera su dignidad y su voz. Se da cuenta de que ha sido utilizado, manipulado y traicionado.

Y así, el tirano, en su palacio de ilusiones y corrupción, termina solo. Abandonado por las masas que lo idolatraron, por las mismos que una vez lo vieron como un salvador. Hasta por los Roys de turno. Su legado no será el de un gran líder, sino el de un déspota consumido en su oscuridad. La historia lo recordará no por lo que construyó, sino por lo que destruyó: el país.

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