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La falsa democracia de los extremos

hace 5 horas
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  • La falsa democracia de los extremos

Por Diego Santos - @diegoasantos

Les traigo hoy una hipótesis incómoda: en Colombia, la democracia está siendo usada como escudo, no como convicción. Los extremos —de izquierda y de derecha— se jactan de ser los únicos guardianes legítimos del sistema democrático, pero en su manera de actuar no hay rastro alguno de democracia ni de libertades.

Por un lado, la izquierda asegura que representa la democracia popular, aquella que —dicen— emana del voto del pueblo. La defienden como un dogma y la blindan diciendo que cualquier crítica, cualquier contrapeso, cualquier límite institucional es un intento reaccionario de derrocar “la voluntad popular”. En su narrativa, quien no piensa como ellos es un enemigo del pueblo. Lo democrático es aquello que coincide con su proyecto; lo demás, un obstáculo que debe ser removido. Hasta se plantean derogar la Constitución para ajustarla a sus caprichos y pasiones ideológicas. Eso no es defensa de la democracia: es la versión bananera del autoritarismo por vía revolucionaria.

Por el otro extremo, la derecha dice ser la protectora de las libertades, de la patria, del orden institucional. Sin embargo, sus delirios de pureza política los llevan a determinar quién es digno y quién no de participar en el debate público. Pretenden decidir quién puede aspirar a un cargo de alto rango y quién debería ser expulsado de la conversación nacional por no encajar en su molde ideológico. Hablan de libertad, pero solo la conceden a aquellos que piensan como ellos; la libertad del adversario, la libertad del distinto, les resulta intolerable. Eso tampoco es defensa de la democracia: es autoritarismo envuelto en retórica patriótica.

Entonces, ¿dónde está la democracia que ambos aseguran defender? ¿Dónde están las libertades que dicen resguardar? La respuesta es incontrovertible: en ninguna parte.

Ambos extremos creen en la democracia solo mientras ésta coincida con su idea de país. Ambos toleran la libertad solo cuando la ejerce su bando. Ambos conciben el poder como un botín moral que les da derecho a cancelar al otro. No buscan un país democrático, sino un país disciplinado alrededor de su proyecto, de su dogma, de su identidad política.

Y lo más grave: bajo esta lógica, solo hay dos opciones para el ciudadano común —para usted, para mí, para quienes no vivimos en los extremos—: someterse al contrato ideológico de uno de los bandos o quedar totalmente excluido. Ambas alternativas, me disculparán, son pavorosas y cancerígenas para Colombia.

Una democracia verdadera no es un espacio donde ganadores imponen su moral y perdedores deben callar. Una democracia verdadera es aquella donde caben las diferencias, donde nadie puede capturar el Estado para imponer su visión tribal, donde el poder se limita, no se absolutiza.

Qué paradoja. Ha sido el centro el que ha permitido que los extremos tengan voz y se fortalezcan. Hoy los extremos dicen que ese centro no existe, ni mucho menos sirve. Por eso votaré por quien esté en el centro, porque no quiero terminar secuestrado por bandos que creen que gobernar es borrar al otro. No hay nada más antidemocrático que quienes dicen defender la democracia como les conviene.

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