En vísperas del Día del Trabajo hablaré del destino periodístico gracias al cual nunca han faltado el pan y el vino a mi mesa.
Ante todo, mi admiración y felicitaciones para los colegas que se han fajado en intensas jornadas coronavíricas. Lamento felicitar desde la clausura en vez de estar fajado así sea de aguatero, otro bellísimo oficio, pero como rebaso con creces la barrera de los setenta abriles no salgo porque de pronto me empapelan. Me multan y me descuadro.
“Decíamos ayer... “ que el periodismo es el primer borrador de la historia. Lo dijo uno y nos llenó de ínfulas a los reporteros. Practicamos la vieja dignidad de dar noticias, anotó otro.
Aunque los periódicos sean portadores de malas nuevas, ejercen un efecto tranquilizador, pues nos recuerdan que el mundo existe, opina el viajero neerlandés Cees Nooteboom.
El periodismo es necesario como el paisaje, el viento, el silencio. Abrimos la pupila, aguzamos oídos, y nos enteramos de algo.
Antes nos informábamos por el eco y las señales de humo que hacían las veces de ecológicos y parsimoniosos periódicos sin rotativa. Ahora padecemos la dictadura del wasap aunque pronto este cachivache será un periódico de antier. El hombre de la era digital vive tan de prisa que primero se entera y luego ocurren los hechos.
Muchos escribanos que mandan en las grandes ligas del periodismo de hoy arrancaron como cargaladrillos, redactando hechos, “minucias efímeras” que con el tiempo y un palito se volverán historia.
El compromiso es prepararse a fondo para hacer bien la tarea, con ética y estética, cuidando el fondo y la forma. Prohibido quedarle mal a una profesión que en mi caso empezó como vendedor de “colombianos” en mi niñez.
O sea que el periodismo me entró por el prosaico sobaco donde los voceadores poníamos los ejemplares. Luego me dio para vivir y para la vida, y aquí la cita la tomé del profesor y novelista gaucho Tomás Eloy Martínez.
Periodismo y literatura se prestan herramientas así como las familias de antaño – y en esta coyuntura coronavírica- intercambian pan, chocolate, huevos.
El reportero mayor, el polaco Kapuscinski, dejó dicho que el buen periodista es ante todo buena persona. Suena fácil pero no hay tal.
Tuvimos nuestro propio Kapu en el fallecido maestro Javier Darío Restrepo en quien se cumplía a cabalidad la ecuación mencionada. Renunció a la concupiscencia de mandar. Se sentía mejor en la llanura, libre, arrancándole secretos a la calle. Nunca se enfermó de su bien ganada importancia. Era de los que “miraba por la ventana y estaba trabajando”.
Cómo no morderle la oreja a un oficio que siempre será punto de partida no de llegada, y que nos plantea este garciamarquiano reto: “Ser buen escritor consiste en escribir una línea y obligar al lector a leer la siguiente”.
He disfrutado tanto mi oficio que si volviera a nacer sería... jardinero.