Por Jorge Zepeda Patterson
Frente a la irritación que provoca en muchos las peculiaridades, por así decirlo, de Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, cabría preguntarse por qué esos mismos críticos toleraban lo que hoy parecerían excesos inadmisibles y delitos de los gobiernos anteriores. La detención en Estados Unidos de Genaro García Luna, el todopoderoso policía del presidente Felipe Calderón (2006-2012), acusado de operar bajo sueldo a favor del Cartel de Sinaloa, constituye la más reciente de las muchas evidencias de la podredumbre de los últimos gobiernos. La frivolidad de la administración de Enrique Peña Nieto y la corrupción en la que incurrió el PRI es conocida y parecería que no hay espacio de la vida pública que resista una mirada incluso de soslayo sin que brote algo turbio.
Cada vez está más claro que las últimas administraciones operaron de manera desastrosa. Sirvieron bien a las élites, pero en el proceso destruyeron de manera irreparable el tejido social y se desentendieron del territorio rural que no fuese campo de exportación o predio para la maquila. En lo formal Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto se declararon respetuosos de las instituciones y artífices de la modernidad, aunque uno nos metió en una guerra que supera los 200 mil muertos y otro convirtió al patrimonio público en predio de caza de los políticos empresarios del primer círculo.
Hay duras opiniones en contra de López Obrador porque no había emprendido una investigación sobre Genaro García Luna y porque la detención del capo policiaco provenía de las autoridades estadounidenses. Claramente el nuevo presidente se desentendió de la persecución de los crímenes del pasado en aras de su filosofía de comenzar de cero el combate a la corrupción a partir de ahora. Es una posición rebatible, pero lincharlo porque no hizo en un año (perseguir a García Luna) lo que Peña Nieto no hizo en seis, es un sesgo político.
La prensa y los estamentos críticos de una sociedad son imprescindibles para denunciar los excesos, abusos y dislates del soberano, sea este bueno, malo o regular. Constituye una tarea necesaria examinar con distancia crítica los actos del gobierno de la Cuarta Transformación. Solo me pregunto ¿dónde estaba la indignación de las plumas y mentes preclaras mientras se cometían las atrocidades de las que hoy se habla aunque ya las conocíamos? Columnistas, empresarios e intelectuales, personas todas ellas que se consideran informadas, inteligentes y bien intencionadas, hoy beligerantes y virulentas ante un presidente que procede de un México que no es el de ellos. ¿Dónde estaban cuando los gobiernos anteriores destruían a Pemex, repartían el presupuesto como un botín y entregaban la justicia al crimen organizado? Y me pregunto, de nuevo, si el odio que inspira en estos círculos López Obrador tiene menos que ver con los desaciertos y el estilo, siempre debatible, y más con el hecho de que se trata de un presidente que ellos no pusieron. ¿Cuándo se harán cargo de los delitos y dislates de los presidentes que sí pusieron?
El país necesita de una oposición digna y legítima, una que se construya sobre la crítica a los que ocupan el poder, pero siempre sin olvidar que se trata de un gobierno que está cometiendo aciertos y desaciertos en su esfuerzo por sanear al México devastado que nos dejaron los que se fueron.