Pasó casi inadvertido el breve y elocuente manifiesto firmado por 150 escritores, pensadores y estadistas iberoamericanos que alertan sobre el aprovechamiento de la pandemia por gobernantes y líderes totalitarios que tienen ahora en sus manos todos los instrumentos necesarios para sacrificar la libertad. Lo suscribieron el 23 de abril, el mismo día del idioma, del libro, de la lectura y de las bibliotecas. Del ala cultural, Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Enrique Krauze y Antonio Escohotado figuran entre los autores de esa declaración de principios. De la política, exmandatarios como José María Aznar, Mauricio Macri, Luis Alberto Lacalle, Julio Mario Sanguinetti, Álvaro Uribe. Es una llamada de atención al denominado mundo libre, expuesto a sufrir las consecuencias del autoritarismo oportunista.
El título del documento, que puede leerse en la página web de la Fundación Internacional para la Libertad, dice “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”. Se advierte que algunos gobiernos “han identificado una oportunidad para arrogarse un poder desmedido. Han suspendido el Estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia”. Los firmantes llaman la atención sobre el hecho de que “en lugar de algunas entendibles restricciones a la libertad, en varios países impera un confinamiento con mínimas excepciones, la imposibilidad de trabajar y producir, y la manipulación informativa”.
Y la conclusión final, en el cuarto párrafo, es esta: “Queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte”.
La verdad está en que el concepto y la vigencia de la libertad están en cuestión. Y no de ahora. El dilema entre ser libres o estar seguros explotó con el atentado contra las Torres Gemelas. Las limitaciones a la libertad han sido constantes desde los mismos Estados Unidos. Y ahora con la pandemia, el peligro reside en que las medidas excepcionales y transitorias puedan incorporarse a la normalidad institucional en quién sabe cuántos países.
No hay respuestas, como no las ha habido a lo largo de dos milenios y medio de pensamiento filosófico. Sólo afloran conjeturas, especulaciones, además de incertidumbres sobre dónde caerá ese globo. Hay un estimativo que alienta cierto realismo optimista: Ya era hora de que la sociedad humana, que ha maximizado los derechos y minimizado los deberes, comprendiera que la libertad tiene fronteras razonables. La hora de un reajuste que reivindique la idea clásica de Libertad como la facultad de hacer lo que debe hacerse. No lo que a cualquiera, gobernante o gobernado, le dé la gana hacer por encima de todo y de todos.