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Diego Aristizábal
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Diego Aristizábal

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Dulce venganza

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

¿Cómo vengarse de un hombre que tiene un hijo con una prostituta y para que no arruine sus planes viaja con él a África y lo abandona en una pradera donde espera se lo coman los leones? ¿Qué hacer con alguien que se apropia, sin escrúpulos, de una importante galería en Estocolmo? ¿Cuándo fue la última vez que pensó en vengarse de alguien?

Recuerdo una venganza que es famosa y sutil, la leí en mi libro rosado de anécdotas: Enterada la emperatriz Josefina de que una dama, a quien detestaba con toda su alma, luciría en una recepción próxima a celebrarse un traje de un verde rabioso, hizo cambiar a toda prisa y enorme coste el decorado del salón (papel de las paredes, tapizado de los muebles y color de las alfombras) dándole un matiz azulado que hiciese chillonas y vulgares las tonalidades verdosas.

Pienso en este asunto, tan humano, después de leer “Una dulce venganza”, del escritor sueco Jonas Jonasson, quien se hizo famoso hace algunos años cuando publicó “El abuelo que saltó por la ventana y se largó”. No entraré en los detalles de su nueva obra, solo pediré que imaginen que encuentran un aviso que dice: ¿Necesita reparar una injusticia sin meterse en problemas con la ley? ¡Nosotros nos encargamos! Dulce Venganza S.A., un nombre perfecto para fantasear.

La cosa arranca más o menos bien, en pocos días Hugo, el creador de este curioso negocio, recibe llamadas de unos ochenta clientes potenciales de doce países distintos. “Lo cierto es que muchos eran simples lunáticos: a los que querían que matara a su suegra (lo que era abiertamente ilegal) se sumaban, por ejemplo, un tipo que pretendía destruir por completo Albania y otro que quería vengarse de sus propios demonios”.

A Hugo no deja de sorprenderle que los deseos de venganza se traduzcan con tanta frecuencia en peticiones de infligir graves heridas físicas o directamente la muerte, como si no existiera la imaginación; por eso, en varios casos, intenta negociar otras posibilidades sin perder el cliente. En el libro hay venganzas memorables, todo repleto de un humor negro maravilloso.

No se preocupe por la cantidad de personajes que aparecerán, en la medida que la historia trascienda el asunto irá cuadrando, espere con calma los desquites y, de paso, comprenda un poco mejor el universo de las galerías de arte, de ciertos pintores y, por supuesto, de la artista sudafricana Irma Stern. En el fondo, esta obra le rinde un bello homenaje. Como dice Jonasson, lo principal para una novela no es que sea inequívocamente verdadera, sino que dé gusto leerla, y esta sí que es una historia que aligera la vida

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