“Primero está la soledad...”, dice el primer verso de un poema bellísimo de Darío Jaramillo. Lo he oído recitar tantas veces, y cada que lo escucho, lo paladeo, me soporto en las frases que conozco y trato de memorizar por fin las que aún no; este poema me hace creer en igualdad de proporciones en la soledad y en el amor, en el pecado original, en la esencia, en el dato básico de los poemas de amor: “(...) pero no olvides, especialmente entonces,/ cuando llegue el amor y te calcine,/ que primero y siempre está tu soledad/ y luego nada/ y después, si ha de llegar, está el amor”.
Y pienso en la soledad por estos días, más que en el amor, porque justo el 24 de diciembre leí un artículo en El País de España que me llamó muchísimo la atención. Se...