Todos soñamos con correr hacia nuestra anterior vida. Esa en la que las amenazas conocidas nos permitían un devenir placentero en el que almorzar con familiares y amigos, abrazar, besar, reír, cantar o bailar eran actividades cotidianas y no de alto riesgo. En buena parte de las grandes economías globales el ritmo de vacunación ha permitido retirar la mayoría de restricciones aprobadas como único muro de contención contra la pandemia. En España, el tercer país del mundo en sufrir los estragos de la covid-19, vamos también adelantados en el regreso a la normalidad. Y comenzamos a sufrir los efectos. Aunque aquí es obligatorio aún llevar la mascarilla en espacios cerrados, como el metro o los autobuses públicos, y en aquellos de gran concentración humana o donde no sea posible mantener la distancia de seguridad pese a estar al aire libre, han abierto las discotecas -con limitaciones horarias-, y la relajación ha dado paso a que los jóvenes vuelvan a juntarse en masa. Un efecto acrecentado por el buen tiempo y las tórridas noches veraniegas.
La necesidad de reactivar el sector turístico, uno de los puntales en generación de divisas de la economía española junto a la industria del automóvil -España es el segundo fabricante europeo tras Alemania-, la química y la agroalimentaria, ha convertido a los españoles en conejillos de indias frente a la nueva variante delta. Y las conclusiones son claras. España se encuentra inmersa en una quinta ola que está afectando sobre todo a los más jóvenes, pero también a quienes tenían solo una pauta de vacunación o incluso las dos. Y como este virus es más raro que un perro verde se da el caso de familias donde un menor agarra el virus con picos de fiebre y a las 24 horas está como una rosa sin dejar un solo positivo confirmado en su entorno familiar tras las pertinentes pruebas de laboratorio.
Sea por efecto de las vacunas o de la inmunidad a las bravas, la quinta ola se extiende a velocidad de vértigo, pero con una virulencia médica menor. Los ingresos en cuidados intensivos son la excepción y es la atención primaria la que está atascada por cuadros leves de fiebre alta, diarreas, tos y náuseas. Pese a todo, hay que mantener la cautela, más aún cuando la relajación se amplía a otros países.
De hecho, se cierne el desembarco de británicos por el Mediterráneo, especialmente a España, su destino favorito, tras entrar en vigor el levantamiento de restricciones. Tras el llamado Día de la Libertad vivido ayer, en la isla ya no existe límite alguno de aforo en reuniones y eventos, mientras que los clubes nocturnos han podido reabrir sus puertas. Además, los restaurantes y pubs reanudan el servicio en la barra.
El uso de mascarilla, hasta ahora obligatorio, pasará a ser únicamente una recomendación por parte del Gobierno. El primer ministro británico, Boris Johnson, sin embargo, ha pedido prudencia a sus compatriotas pese a que “no hay duda de que el programa de vacunación masiva ha debilitado en gran medida la relación entre la infección y la hospitalización, así como entre la infección y la enfermedad grave”. Reino Unido registró 48.161 nuevas infecciones por covid-19 en 24 horas, y otras 25 muertes por la enfermedad, según los últimos datos. Los expertos avanzan entre 100.000 y 200.000 infecciones diarias y entre 1.000 y 2.000 hospitalizaciones pese a tener al 68 % de la población vacunada.
Dos de los países con mayor incidencia en Europa tienden un puente del que extraeremos conclusiones muy interesantes para los próximos meses. Esperemos que positivas, si somos responsables. Por si acaso, como en ocasiones anteriores, les prevengo: las nuevas variantes son más contagiosas e igualmente preocupantes pese a que estemos algo más preparados. Cuidado con celebrar antes de tiempo